Presentación de Lim Li Ching en GenØk
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Este es un blog bilingüe fundado en mayo de 2004, dedicado a proveer perspectivas críticas sobre biotecnología y bioseguridad … This is a bilingual blog, founded in May 2004, dedicated to providing critical perspectives on biotechnology and biosafety. Contact: ruiz@tutanota.com.
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I love the way sponsored science works. We now have data claiming that there is no difference in the quality of controlled clinical weight loss trials whether they are funded by industry or independently. The senior author on this comparative study is the very same person who was relieved of his responsibilities as head of a national obesity society because he wrote a letter opposing calorie labeling without disclosing that he was paid to do it (see previous post on this topic). NIH paid for this study in part (the other parts aren’t attributed). For this study, as the paper says, “Ethical approval is not required.”
Proponents of genetically modified foods as the solution to the world food crisis have been busy. Dennis Avery of the Hudson Institute blames Prince Charles for the crisis because of the Prince’ distaste for GM foods. In a quotation dear to my heart, he asks: “How would the future king tell the cat and dog owners of Britain that, because of his anti-science elitism, pet food sales must be banned so people could eat?” So without GM foods, we won’t have by-products of human food production to feed to pets? And then today’s Science Times interviews Dr. Nina Federoff, science advisor to Condoleeza Rice. She says all foods are GM anyway. Without them, we will have to destroy the world’s forests. And heaven help us if we rely on organics: “If everybody switched to organic farming, we couldn’t support the world’s population–maybe half.” Why do I think there are some logical pieces missing here? Maybe because the Hudson Institute is not exactly free of corporate influence? Or Dr. Federoff really is, as the interview suggests indirectly, the “ambassador from Monsanto?”
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En el Proyecto maestro de maíces mexicanos (PMMM) participan Monsanto, la CNC y la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, junto con el gobierno del famosísimo Mario Marín, de Puebla. Esperan el apoyo de los gobiernos de Tlaxcala, de Enrique Peña Nieto y de Ulises Ruiz para extender el proyecto al estado de México y Oaxaca. Finísimas personas.
Según un artículo publicado en CNN Expansión, “Pase, toque y lléveselo”, será la fórmula que aplicará el Proyecto maestro de maíces mexicanos (Diana Teresa Pérez, 28/4/2008). Muy sincero. Otras versiones de tal proyecto tratan de vendernos que Monsanto, con la Confederación Nacional Campesina (CNC), se propone “conservar” las razas de maíces mexicanos, por lo cual la CNC hizo el cínico planteo al Congreso de apoyar el proyecto con egresos del presupuesto 2009. Como el citado artículo se dirige principalmente al medio empresarial, muestran el producto tal cual es. A pie de página, resume: “El proyecto ofrece el ADN de las semillas, las pruebas suficientes para mejorarlas y la venta de granos a medida de las necesidades de las compradoras”.
El PMMM tiene varios componentes y se dirige a todo tipo de agricultores y campesinos. Uno de éstos es la creación de un banco de germoplasma de maíz campesino, pretendida coartada pública del resto del proyecto. Otros componentes, mucho mayores, comprenden incentivar la agricultura por contrato y el uso de maíces híbridos y semillas transgénicas, con el correspondiente paquete de agrotóxicos que éstos requieren, ya que sin ellos no producen. Agrotóxicos que también son vendidos por las mismas compañías.
Nada tiene que envidiarle este proyecto a otros contratos anteriores y en curso que la Universidad de Guadalajara firmó también con Monsanto para entregar a dicha trasnacional la investigación de la institución sobre teocintle y maíces nativos de la Sierra de Manantlán. Son complementarios: se trata, en ambos casos, de usar recursos y fondos públicos para facilitar a Monsanto la apropiación del patrimonio genético más importante de México y, de paso, lavar la sucia imagen (misión imposible, pero tratan) a la empresa trasnacional que detenta el mayor monopolio de semillas en la historia de la agricultura. Dueña de más de 80 por ciento de los agrotransgénicos del mundo, Monsanto es también la mayor empresa global de semillas de todo tipo. Junto a Dupont-Pioneer y Syngenta, controlan 47 por ciento por del mercado mundial de semillas comerciales y son agresivas promotoras de la legalización del maíz transgénico en el país, además de responsables impunes de la contaminación transgénica del grano en México.
Con mínimos pagos de Monsanto, minoritarios en el total del presupuesto de los proyectos, queda por explicar al pueblo de México y a la historia por qué la Universidad de Guadalajara y la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro se prestan a ese tipo de proyectos contrarios a los intereses y la soberanía del país, aportando para ello fondos propios, locales e investigadores, incluyendo todas las cargas sociales de éstos. Disponiendo, además, del patrimonio genético del maíz, que de ninguna manera es de su propiedad.
Según declaran investigadores participantes en esos proyectos, la falta de recursos públicos para la investigación los “obliga” a tomar fondos de empresas privadas. No explican por qué la contribución pública es muchísimo mayor y por qué esos mismos fondos no se aplican a restablecer los bancos de germoplasma públicos que ya existen en el país y que han sido descuartizados por las políticas privatizadoras en beneficio de las mismas empresas que ahora quieren aparecer como caritativas. O cómo es que la eliminación de las variedades campesinas, sustituidas por híbridos, y la contaminación transgénica con genes patentados por Monsanto va a contribuir a “conservar los maíces mexicanos”.
O por qué no usan esos fondos públicos, en lugar de apoyar a Monsanto, a lo verdaderamente necesario, que es impulsar la agricultura campesina, ya que la diversidad del maíz no es, ni será nunca, la que se congela en un banco, sino el producto vivo del trabajo colectivo y milenario de millones de campesinos y campesinas, que deben existir para que esa diversidad siga viva.
Esos pueblos del maíz son los que sufren el embate privatizador en beneficio de las trasnacionales de los agronegocios como Monsanto, y su contaminación transgénica pasada y programada a futuro para que pierdan sus propias semillas y no tengan más opciones que comprar semillas patentadas a las trasnacionales.
Por todo esto, la Red en Defensa del Maíz Nativo se declaró, en su asamblea en julio 2008, enérgicamente contra esos proyectos. Rendirse, pese a trasnacionales, gobiernos y académicos que venden favores, no está en la agenda de estos tercos campesinos y campesinas.
04.04.2008
Date: 28 July – 08 August 2008Etiquetas: Biopiracy, Carmelo, Claridad, Synthetic Biology, Venter
PRONUNCIAMIENTO DE LA RED EN DEFENSA DEL MAÍZ NATIVO
10 DE JULIO DE 2008
MEXICO D.F.
Reunidos ante las amenazas renovadas a nuestras semillas, alimentos, derechos y vida como pueblos, en la Red de Defensa del Maíz Nativo, y
Considerando
La intención del gobierno mexicano, en contubernio con las empresas transnacionales, de permitir el cultivo de maíz transgénico en varios campos experimentales, y que ésto necesariamente significará la contaminación de nuestros maices nativos y a la larga la pérdida de los mismos, atentando contra nuestra identidad, autonomía, economía y nuestra salud; destruyendo la madre tierra, la vida y contaminando la naturaleza.
Que para ello, pretende usar leyes y reglamentos que han sido aprobados ignorando a los pueblos y a favor de los intereses de las empresas, como la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados, mejor llamada “Ley Monsanto”, que permite la entrada e invasión de las transnacionales a nuestros territorios, campos de cultivo y semillas, que por derecho ancestral e histórico nos corresponden.
Que la “Ley Monsanto” forma parte de una serie de leyes destinadas al despojo y privatización de nuestros recursos y derechos, —la reforma al art. 27 Constitucional, la Ley Agraria, la reforma constitucional en materia indígena, la Ley de Aguas Nacionales, la Ley Forestal, la Ley Minera, la Ley Gral. De Vida Silvestre, la de Productos Orgánicos, la de Certificación de Semillas— entre otras que han sido aprobadas a nuestras espaldas y atentan contra nuestra palabra, nuestros derechos, nuestra historia, y nuestra cultura.
Que ahora, a través de la farsa legal titulada irónicamente “Régimen de Protección Especial del Maíz”, se pretende negar que todo el territorio mexicano es centro de origen y diversidad del maíz.
Que las instituciones gubernamentales ejecutan los proyectos e intereses de las empresas transnacionales, y que los programas agrarios y sociales – como ahora el PROMAF (Programa de Maíz y Fríjol), diseñado para que perdamos nuestras propias semillas– están destruyendo la vida comunitaria de los pueblos y nos inducen a depender de las empresas, y a la homogeneización de los pueblos, destruyendo nuestras diversas culturas y convirtiéndonos a todos en clientes de las empresas.
Que los bancos de germoplasma, formados con semillas recogidas de nuestros territorios y fruto de nuestros saberes, están siendo controlados por las grandes corporaciones, como Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer, Basf, Dow, que se agrupan en la Asociación Mexicana de Semillas A. C. (AMSAC) como cártel para cabildear y defender sus intereses en el país, declarándose “protectores” de las semillas, cuando en realidad las están destruyendo. Que Empresas sin ninguna moral y grandes contaminadores de la naturaleza y destructores de la vida campesina como Monsanto, son miembros del “Comité de Honor y Justicia” de dicha asociación.
Que la AMSAC está exigiendo que se siembre sólamente semilla certificada, llamando a nuestras semillas originarias como “piratas”.
Que los pueblos, tribus y naciones indígenas somos los dueños y guardianes de las semillas y animales, bosques, selva, agua y plantas que existen en nuestro territorio; hacemos la siguiente
DECLARACIÓN
Los pueblos indígenas y los campesinos son los responsables y herederos de la perpetuidad de las diferentes clases de maíz que existen a lo largo y ancho de todo nuestro territorio mexicano y que todo México es centro de origen y diversidad del maíz.
Nos declaramos en contra de la liberación del maíz transgénico y de todos los organismos genéticamente modificados de manera experimental y comercial.
Los indígenas y campesinos son los verdaderos y más experimentados guardianes de los recursos naturales que existen en nuestro país.
Nos declaramos en contra de las leyes que están atentando contra nuestros derechos como pueblos y contra las empresas transnacionales que pretenden despojarnos de nuestras semillas, nuestras tierras, montes y aguas y demás riquezas naturales.
Denunciamos la injerencia que tienen dichas empresas en las políticas agroalimentarias, para que perdamos el derecho a producir nuestros propios alimentos libremente.
Declaramos a la AMSAC como una institución que atenta contra los derechos de los agricultores y su soberanía alimentaria.
Nos declaramos en contra de las estrategias que se implementan contra los pueblos desde instituciones y programas gubernamentales, para que cambiemos nuestras semillas propias por semillas híbridas y transgénicas.
Estamos en contra de los bancos de germoplasma ya que son centros de biopiratería que roban nuestras semillas y conocimientos ancestrales para favorecer los intereses de las empresas e investigadores ajenos a los intereses de los pueblos.
Estamos contra los proyectos biopiratas que Monsanto está haciendo con organizaciones agrícolas y académicas para robar maíces nativos y conocimientos a través del “Proyecto Maestro de Maíces Mexicanos” y el contrato con la Universidad de Guadalajara para recolectar maíces y teocintle, ancestro del maíz, de la sierra indígena nahua de Manantlán en Jalisco.
Nos oponemos a la certificación y registro de semillas y lo denunciamos como una manera más de privatizar las semillas para controlar a los pueblos.
Rechazamos la promoción, difusión, experimentación, cultivo, comercialización y consumo de las semillas transgénicas. Estas semillas atentan contra el medio ambiente y ponen en peligro la salud y la soberanía alimentaria de millones de mexicanos.
El cultivar, guardar, cuidar e intercambiar libremente semillas propias, nativas que no tenemos porque certificar ni registrar ante nadie porque las tenemos desde antes de que existiera el Estado mexicano, es un derecho inalienable que nadie nos va a quitar y seguiremos ejerciendo de manera autónoma. Estas semillas son la esperanza del futuro de todos.
EXIGIMOS
El respeto al derecho a la soberanía alimentaria que parte de nuestra autonomía, costumbres, culturas, tradiciones y prácticas agrícolas.
Que se detenga el cultivo, experimentación, investigación, comercialización y consumo de transgénicos en el territorio mexicano.
Rechazamos la certificación, registro o patente ningún tipo de semilla o ser vivo. Por el contrario exigimos que se respete el libre intercambio de nuestras semillas como lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales sin necesidad de paquetes tecnológicos.
Que se detenga la criminalización a la forma de vida campesina que se esta llevando a cabo a través de legislación hecha a favor de los intereses empresariales.
Seguiremos defendiendo la autonomía de nuestros pueblos, la comunidad, las asambleas y su autogobierno, cuya base fundamental es el territorio y el cultivo del maíz nativo como parte de nuestra vida.
Estaremos alertas para denunciar públicamente los cultivos de liberación experimental de maíz transgénico en nuestro país, que es su lugar de origen, y llamamos al pueblo de México a informarse y organizarse para no permitir esta imposición.
Comunidades indígenas y campesinas. Pueblo Wixárika, Pueblo Rarámuri, Tribu Yaqui, Pueblo Mayo-Yoreme, Comunidades Pure’pecha, Comunidad Totonaca de la Sierra Norte de Puebla; Comunidades Campesinas de Los Tuxtlas, Veracruz; Comunidades Campesinas del sur y del norte de Veracruz; Comunidades Zapotecas de los Valles Centrales de Oaxaca; Comunidad Tlapaneca, de Tlapa, Guerrero, comunidad mixteca de San Juan Mixtepec, Oaxaca, Comunidades campesinas del sur de Tamaulipas.
Organizaciones Indígenas y campesinas: Unión de Comunidades Campesinas del Norte de Guanajuato (UCANG), Organización de Agricultores Biológicos, AC, Oaxaca; Centro de Derechos Indígenas Flor y Canto AC, Oaxaca, Unión de Organizaciones de la Sierra Norte de Oaxaca, UNOSJO; Centro Regional para la Educación y la Organización (CREO), Los Tuxtlas, Veracruz; Radio Huayacocotla, Organizaciones de la sociedad civil: Centro Nacional de Apoyo a las Misiones Indígenas AC (CENAMI); Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (CECCAM); Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC); Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular (CASIFOP); Colectivo por la Autonomía (Coa AC); Comité de Derechos Humanos Sierra Norte de Veracruz; Consultoría Técnica Comunitaria AC (CONTEC), Chihuahua; Grupo de Estudios Ambientales (GEA AC), Unidad de Apoyo a las Comunidades Indígenas (UACI-Universidad de Guadalajara), Jalisco; Centro de investigación y producción de tecnología ecológica para la vivienda (CIPTEV) Jalisco; Grupo Cultural Nivi Ñuu; GRAIN, Chile.
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by Annie Shattuck
The vultures of corporate America are closing in on the carcass of cheap food. With corn selling at $5.86 a bushel (up from just $2.00 in 2005, and $4.28 just six months ago), the food price crisis has been somewhat of a windfall for farmers. But the briefly glimmering hope for rural communities is about to go out.
Last week Monsanto announced it would increase the price of its corn seed by $100 a bag, or about 35%. $100 a bag! So if you are a farmer with 1,000 acres in corn, Monsanto will be demanding an extra forty grand this year.
The timing on Monsanto's unilateral price hike is especially heinous. With the world thrust into a profound food crisis, governments shaken, and children hungry, Monsanto is pushing the envelope on one of the world's most important grains. This in combination with the outrageous inflation in the price of fertilizer, (over 400% in the past two years, due to the increase in the price of natural gas, from which fertilizers are made) means farmers are once again barely braking even.
Agriculture is a particularly risky business. Vagaries of weather, markets, pests and floods make it impossible to guarantee that Jill Farmer's tomato or corn crop will actually make it to market this year, much less at a certain price. That is why large corporations generally deal in inputs, like seed and fertilizer, or in post-harvest processing and exporting. Farmers take the risks, while big business hides safely one step away from actual production. Large companies like Monsanto and Dupont have made millions selling seed and inputs, while Cargill and ADM, large food processors make a $40 billion a year business on the back end. Monsanto, through a rapid process of acquisition and attrition has swallowed up all but the largest of its competitors, controlling 20% of the global seed market and a near monopoly of its key crops.
Why is this so worrisome? At the UN Food Summit in Rome on June 5th of this year, Monsanto announced that the company would be here to save us from the food crisis, injecting millions of dollars in to public research on wheat and rice, and pledging to double yields on soy and cotton over the next 20 years. CNBC analysts are even saying “there is no hope” for the food crisis without Monsanto's wares. But it is precisely Monsanto's wares that are so worrisome.
Monsanto is using the food crisis to stack our food system on an increasingly genetically narrow and physiologically fragile set of genes. Remember the Irish potato famine? Genetic diversity keeps our food system resistant to disease. Planting all one variety is dangerous, like marrying your cousin: something is bound to go wrong. Not only is Monsanto leeching the first real profit in years from small farmers, but planting our food system in ever-more shaky ground. The irony of course, is that in establishing themselves as the white knights of the global food crisis, Monsanto puts us at risk of an even deeper hunger.
http://www.foodfirst.org/en/node/2177
Etiquetas: Food Crisis, Food First, Monsanto
Hasta ahora sólo eran soja y maíz, pero en breve el “menú” de transgénicos disponibles en Uruguay puede incrementarse, e incluso alcanzaría al arroz, pese a que el cultivo de este grano brinda un enorme saldo exportable al país llegando a mercados que se han cerrado ante variedades producto de la ingeniería genética.
A menos de un mes de caducada la moratoria oficial para la presentación de nuevas variedades transgénicas, la situación en Uruguay ofrece un panorama poco alentador: de un lado las corporaciones semilleras van por más y ya han anunciado que reflotarán sus pedidos para la aprobación de más eventos alterados genéticamente; en un segundo plano el gobierno, que alentó una hipótesis de “coexistencia”, brinda una señal de debilidad extrema en su argumentación, y en tercer lugar los pooles de siembra redoblan su expansión a costa de otros rubros e invaden zonas netamente identificadas con la agricultura familiar.
Etiquetas: Radio Mundo Real, Uruguay
Las trasnacionales de los transgénicos pretenden hacernos creer que los transgénicos son solamente una opción de quien los elige. Debido a la inevitable contaminación –sea por polen en los campos, por mezcla en el almacenado, distribución o venta y hasta por granos que caen durante el transporte– los transgénicos son los cultivos más imperialistas de la historia. A la contaminación biológica, se suman los juicios por patentes que sufren los agricultores contaminados y la indefensión legal de los contaminados. Al contrario de lo que dicen las empresas, si hay transgénicos, todo el resto sufrirá.
Un reciente estudio científico conducido por Rosa Binimelis, de la Universidad Autónoma de Barcelona (publicado en 2008 en el Journal of Agricultural and Environmental Ethics), concluye, luego de analizar la situación del maíz en Cataluña y Aragón, que la siembra de maíz transgénico llevará al fin de la producción de maíz orgánico. Desde 1998, cuando comenzó la siembra de maíz transgénico en la región, hasta ahora, hay una reducción drástica de la producción de maíz orgánico. Esto se debe tanto a la contaminación transgénica, que inhabilita la venta del producto como orgánico, como a las múltiples dificultades técnicas y burocráticas que deben enfrentar quienes pretenden defender sus cultivos de la contaminación, lo que finalmente los hace abandonar la producción.
La contaminación ya es una violencia para quien siembra orgánicos y semillas tradicionales. Además, debido a la pesada influencia y corrupción que ejercen las transnacionales, las leyes que acompañan los transgénicos, colocan la carga de la prueba en la víctima, que debe lidiar primero con los aspectos técnicos de las pruebas de contaminación, cargar con el costo que significan y con la incertidumbre de este tipo de pruebas, que se basan en información de las propias empresas. A esto sigue el proceso legal, que es complicado y costoso.
En México todo esto sería aún peor, porque la Ley Monsanto (mal llamada de bioseguridad), no prevé ninguna protección a las víctimas ni permite responsabilizar a los contaminadores.
Agrobio México (organización de fachada de las transnacionales de transgénicos) esgrime un estudio de la biotecnóloga Joaquima Messeguer, del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), España, que sostiene que la contaminación transgénica del maíz se puede evitar con 20 metros de separación entre campos y una diferencia de siembra de 12 días en la siembra entre los transgénicos y otros tipos de maíz. Messeguer declaró a la prensa mexicana, que “los temores de que el cultivo mexicano “se contamine” de los transgénicos es una falacia (sic)” (Notimex, 26/7/2008). Al parecer, Messeguer aún no se entera que la contaminación transgénica del maíz mexicano no es un “temor”, sino una triste realidad comprobada por instituciones del propio gobierno mexicano hasta por pruebas que han realizado cientos de campesinos e indígenas de todo el país. Como el cultivo de maíz transgénico hasta ahora es ilegal en México, seguramente hubieron no 20 metros, sino miles de kilómetros del campo de transgénicos en Estados Unidos a los campesinos mexicanos, y aún así se contaminaron.
Ya en el 2007, investigadores independientes de la Universidad de Exeter, Reino Unido, mostraron que la contaminación del polen de maíz transgénico puede alcanzar cientos de kilómetros, dependiendo del viento, la ubicación y altitud de los campos entre sí, la temperatura, etcétera. Existen muchos otros estudios que llegan a conclusiones parecidas, además de que la contaminación por polen es apenas uno de los muchos factores de contaminación.
Pero a los tecnócratas del IRTA, institución que cuenta entre sus “clientes y colaboradores” a Monsanto, Syngenta, Novartis, Pioneer, Basf y Dow, dueños de la producción de agrotransgénicos en el mundo, este tipo de pensamiento complejo y análisis de la realidad fuera del computador, no les interesa. ¿Para qué ser objetivos, si nadie les paga por ello?
Ante esta realidad de contaminación inevitable, la reciente declaración de Felipe Calderón sobre “proteger el maíz criollo” es demagogia perversa e ignorante (para empezar, el maíz en México es nativo, no criollo), dictada probablemente por algún “asesor” transnacional.
Es criminal que el gobierno mexicano insista en abrir la experimentación con maíz transgénico, y que invente “polígonos” que serían los únicos centros de origen del maíz –que de todas maneras se contaminarán tarde o temprano si se planta maíz transgénico. Como afirma la Red en Defensa del Maíz Nativo, todo México es centro de origen y diversidad del maíz, porque en todo México hay pueblos del maíz. Pueblos que saben que más allá de lo que digan políticos, científicos y agricultores comprados, la contaminación del maíz no será impune.
Fuente: La Jornada
by Jim Goodman, Wisconsin Organic Farmer and Member of the Policy Advisory Board of the Organic Consumers Association
Bigger is always better isn't it? Big cars, big houses, big business, big farms. If you were big you made more money. Clearly, that is way of the world. When Europeans colonized the Americas they wanted more land, not some of, all of it. Napoleon wanted more land. Nothing stopped him until Waterloo.
Perhaps we, the human race, have reached our Waterloo? Have we finally hit the wall with our never ending desire for "bigness"? I decided years ago that I didn't want my farming operation to get bigger. I liked milking 45 cows, raising their feed and doing a little direct marketing. I liked being small.
"Hopelessly behind the times" I was told. Local cheese makers were giving up, local meat processing was a thing of the past. Small farming was dead. The developing world couldn't feed itself and needed industrial farming systems.
Who could argue with the Green Revolution? Until the current food crisis. Not so much a shortage of food, but a shortage of cheap food. The poor can't afford to eat and the middle class feels the pinch. Why wasn't industrial agriculture, farming fence row to fence row, feeding the world?
And there's the rub, feeding the world was never the intention. Back in the 70's well meaning researchers and eager graduate students, myself included, were convinced we could eliminate hunger in our lifetime. We had good intentions, but the big picture was always about making a profit.
Farmers, using cheap fuel, fertilizer and plenty of chemicals, could plant more acres, produce enough volume and generally make a profit. This, of course, benefited the seed and chemical companies who long ago figured out that small farmers saving their own seed and tending small acreages didn't spend much money.
The big meat packers and dairy processors anticipated the end of local processing. Their market share increased and they grew larger. By breaking the labor unions they could pay lower wages, bring in immigrant workers, increase profits and grow even larger.
It was a grand plan, agribusiness corporations were increasing profit margins quarter after quarter. The bigger they grew the better it worked. Prices paid for animals, milk and grain fell as farms grew larger and produced more. Small farmers couldn't compete as per unit profit margins fell and only the larger producers could survive.
And it continued. Oil prices went up and farmers were urged to grow more corn for ethanol. More land went into corn production, wheat acreage fell, pastures were planted to corn, speculation pushed prices up and food prices soared. The International Monetary Fund estimates that 50% of the increase in food price was due to ethanol production. Instead of feeding the world, industrial agriculture starves it.
Etiquetas: Jim Goodman
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Mientras esta semana la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) manifestó a través de su máxima autoridad sus críticas al efecto del furor mundial por los agrocombustibles sobre el precio y la disponibilidad de alimentos, en América Latina y el Caribe fluyen cada vez con más fuerza las inversiones en esta nefasta industria.
El lunes 21 el director general de la FAO, el senegalés Jacques Diouf, sostuvo en la capital cubana que la producción de agrocombustibles despojó al mundo de casi 100 millones de toneladas de cereales como maíz y trigo, que podrían haberse destinado a la alimentación.
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