Desde Argentina, editorial de Horizonte Sur
EDITORIAL DEL DOMINGO 3 DE MAYO DE 2009
Digamos una vez más y porque es importante tomar plena conciencia acerca de ello, que las sojas RR modificadas genéticamente, son parte de un paquete tecnológico que se compone de herbicidas y otros tóxicos, así como de ciertas tecnologías agrícolas tales como la siembra directa, tecnologías que, instalaron en la Argentina a partir de los años noventa, un modelo productivo de gran escala y de enorme dependencia a insumos. Las consecuencias sociales y ambientales de este modelo de agricultura industrial con transgénicos, fueron realmente devastadoras, para nuestro país. Además de la desaparición de muchísimos miles de pequeños y medianos productores, millones de argentinos se vieron obligados a migrar del campo a la ciudad, expulsados de sus pueblos y arrancados de sus modos de vida tradicionales, para instalarse en periferias urbanas de pobreza extrema y pasando a ser sostenidos con planes asistenciales que se pagaron con las retenciones a la soja y debiendo alimentarse en los comedores para indigentes y en los comedores escolares, con la misma soja transgénica que la Argentina producía como forrajes, para los cerdos y las gallinas de Europa y de China.
La soja, como cultivo para la exportación, ayudó a una minoría de propietario de campos, a salir de las deudas que tenían y les permitió alcanzar niveles de vida jamás imaginados, pero para la mayoría, la soja, como si fuera una maldición, se hizo sinónimo de desempleo rural, de migración a las ciudades, de hambre e indigencia. El nuevo paisaje argentino pasó a ser el de los desiertos verdes de los monocultivos, en que los pequeños pueblos desaparecieron, desaparecieron también innumerables oficios y prácticas culturales que se hicieron innecesarias, tales como los alambradores, los puesteros y gran parte de los tamberos, desapareció asimismo la familia rural y lo que es peor, desapareció el arraigo y languidece en las periferias urbanas la antigua cultura rural. La frontera agropecuaria se expandió, y barriendo el monte y la vida campesina, llegó inclusive a las selvas de yungas, empujando a la caña y a los cultivares de limones hacia los pedemontes.
El precio de la tierra hizo impensable la ganadería, al menos tal como la conocíamos. Ahora, el ganado se amontonó en los feedlots o se marginó en las zonas de esteros, en las islas y en lugares donde el proceso hegemónico de agriculturización no podía imponerse por carencia de tierras aptas. La práctica de un modelo de agricultura sin rotaciones, sumado a las intensas y reiteradas fumigaciones de tóxicos que la acompañaron, liquidaron buena parte del fósforo, los nutrientes y la vida microbiana de los suelos argentinos, algunos ecosistemas como el del Chaco o el norte santafecino colapsaron, el cáncer se convirtió en epidemia y la Argentina batió record de cosechas y de niños nacidos con malformaciones, debido a que sus madres estuvieron en contacto con los venenos o fueron fumigadas durante el embarazo. El caso argentino en los marcos de la llamada globalización, es emblemático, tanto de las nuevas sumisiones a las Corporaciones, como de la instalación de un modelo productivo, que por sus extendidos daños colaterales, perpetra un verdadero genocidio sobre la propia población.
La ausencia del Estado, por una parte, y a la vez, los compromisos de las políticas de Estado, favorecieron la instalación del modelo de Agronegocios, modelo que partía del concepto de hacer de la agricultura un negocio y no ya una forma de la existencia en el campo como lo fuera anteriormente con los chacareros. El modelo de los Agronegocios, incluyendo la idea de cadenas agroalimentarias y la hegemonía de los supermercados, fue una herencia de los años noventa, herencia ratificada y fortalecida por todos los gobiernos posteriores. Una herencia, que, lamentablemente, no se ha modificado y que no hace sino acentuarse, más allá de los actuales discursos. Los espacios de producción de alimentos y los espacios de comercialización de alimentos frescos desaparecieron, en beneficio de las cadenas agroalimentarias y de la industrialización de todo aquello que constituye la comida de los argentinos. El trabajo boliviano precario sostiene actualmente, en gran medida, el reducido mercado de verduras y hortalizas, mientras el modelo agro exportador se reconfigura hacia nuevos parámetros de producción y dependencia global a las grandes corporaciones. Las actuales crisis del campo ocultan bajo el circo mediático de las políticas electorales, la profundización del actual modelo. Estamos a medio camino entre la Repúbliqueta de la Soja forrajera, y la Repúbliqueta de los biocombustibles y de la biogenética, estadio en el que primarán definitivamente los grandes pooles, el complejo aceitero sojero, los grandes feedloteros, los frigoríficos, las refinerías de agrocombustibles y los exportadores. No puede haber conciliación entre el llamado campo y el gobierno en la medida que los discursos evadan la verdad y el sentido común, que no exista el diálogo abierto y la clara exposición de intereses, que el Gobierno no asuma el estar por encima del conjunto de las parcialidades y el deber de tener un proyecto trascendente.
Consideramos que ese campo, constituido por los rentistas y productores sojeros, no se anima siquiera a pronunciarse sobre sus propias servidumbres en las cadenas productivas y de exportación, y que ha aceptado que el Gobierno lo construya como el enemigo político que necesita, y repite de esa forma, los discursos que se le indican desde la Biblioteca Nacional, discursos pensados para que cumpla el rol funcional de una derecha retrógrada y de una oligarquía vacuna que se le viene asignando y que, en forma patética repite de buen grado. Aún más todavía, es posible que las construcciones del enemigo sean comunes a ambos contendientes, y que ambos sean recíprocamente funcionales a una construcción mediática y política que, saca las discusiones de toda sensatez y realidad, para llevarla al campo de la ficción política, donde se encubren las sumisiones a las Corporaciones y los gigantescos intereses y negocios en juego. De hecho, hace mucho que todo el país depende de una discusión sobre los derechos de exportación, y sin embargo, jamás se ha escuchado a un exportador hablar del tema y aparentemente están muy conformes con las políticas existentes, de tal manera dicen los expertos, que en la Argentina ganan hasta cincuenta veces lo que ganarían en otros mercados de exportación, sin contar además con controles significativos sobre las actividades que realizan.
En los días 15 al 19 de mayo, en las Academias Pontificias de Roma, las enormes corporaciones Biotecnológicas harán un esfuerzo por persuadir al Vaticano a modificar su actitud respecto a las Biotecnologías, cuando hasta el momento se ha negado la Iglesia a reconocer como aceptables, las propuestas de resolver el hambre del mundo mediante las semillas genéticamente modificadas y las prácticas agrícolas que las acompañan. No obstante los discursos anti sojeros y anti glifosato fuertemente instalados en este año electoral, el Gobierno argentino y en especial la Cancillería argentina, se hará presente en ese encuentro para exponer a través de Moisés Burachik, uno de los máximos representantes de estas políticas en el Estado, los supuestos éxitos del modelo de la Soja RR en la Argentina. ¿Qué no es lo que se dice en el plano interno? ¿Qué tal afirmación carece absolutamente de sustento? ¿Qué pueden importar tales razones cuando todo se mide solamente por su utilidad en relación con mantenerse en el poder y debilitar al adversario?
Por otra parte, la insistencia de la izquierda local sobre la propiedad de la tierra y el que se levante la consigan de la Reforma Agraria como solución al problema de la creciente sojización, confunde el pensamiento de la opinión pública y resulta absolutamente funcional al modelo impuesto por las corporaciones. A menos que nos refiramos a la propiedad del dominio de la tierra que ocupan desde antiguos pequeños campesinos de provincias interiores, estaremos sacando el foco de atención de la necesidad de desactivar el modelo para llevarlo, como en una operación distractiva, a los confines del modelo, donde se expande la frontera de agriculturización compulsiva y las situaciones pueden ser sumamente dramáticas, pero nunca decisivas. La insistencia en la consigna de Reforma Agraria por parte de una cierta izquierda, sin el acompañamiento explícito del concepto de Soberanía Alimentaria, encubre la aspiración inconfesable de ampliar el actual modelo de monocultivos transgénicos con nuevos contingentes de sectores rurales, en una operatoria que hemos denominado con sarcasmo: la democratización del modelo sojero. Hoy la cuestión pasa clara y determinantemente, por el uso y no por la propiedad de la tierra, ya que ningún gran capitalista, al precio de la tierra en la actualidad, aceptaría mantener semejantes capitales inmóviles, cuando su dinero se le reproduce más fácilmente en los servicios, en la intermediación o en el uso de la tierra ajena a la que empobrece sin mayores consecuencia para el propio patrimonio. El problema de esa izquierda es que colaboró en consolidar el modelo de la soja al canalizar hacia luchas sociales a los desocupados de la agricultura. De esa manera, facilitó la instalación del modelo actual asistencial y clientelar, modelo social complementario e indispensable a los planes corporativos que requieren tan solo del territorio y de los bienes naturales: biocombustibles, minería por cianurización, bosques implantados y pasta de papel. Las Corporaciones no necesitan hoy de las derechas, sino que precisan gobernantes y líderes que se ocupen de lo social y que estén convencidos tal como conviene a las empresas, que el hambre del mundo puede solucionarse con más y más biotecnología. Las corporaciones necesitan líderes, con los que puedan negociar las nuevas reglas del dominio internacional, líderes que administren la fragmentación actual de la Sociedad y que acentúen los crecientes astillamientos de las identidades y de los intereses, en las nuevas metrópolis de la pobreza, conglomerados urbanos en procesos de tugurización, siempre al borde de los colapsos ambientales y sumidos en la inseguridad y particularmente en la inseguridad alimentaria.
En las nuevas sociedades globalizadas, la conciencia ciudadana languidece sumida en el consumo de imágenes, mientras la política, pareciera haberse transformado en un modo de vida en que unos pocos hacen negocios y otros muchos se aseguran una salario magro de aquí a las elecciones. El resto, parece dispuesto a optar, una vez más entre la Coca y la Pepsi. El grueso de los intelectuales, permanecen agobiados por su propia historia, en un mecanismo de negación de los fracasos que solo saben leer como derrotas, mecanismo que los conduce a persistir una y otra vez en el mismo o similar error. Sería mucho más ético que reconocieran su propio cansancio y se dedicaran a cuidar a sus nietos, dejando de ser los sostenes eruditos y letrados, de la franja etaria quinceañera en aquella plaza del primero de mayo que intentara disputar la conducción, y hoy, está apropiada de manera hegemónica de los resortes del Poder.
Los costados progresistas de la izquierda latinoamericana, manifiestamente anacrónicos en épocas de cambios climáticos y de evidente agotamiento de los recursos de vida del Planeta, su rechazo a comprender la importancia de la ecología en la lucha de los pueblos, y esa contumaz convicción en la neutralidad de las ciencias y de las tecnologías, heredada de los mitos de los siglos XVIII y XIX, los hace funcionales a los intereses de las Corporaciones y al modelo de Globalización y post Globalización. Mientras tanto, las nuevas plagas globales surgidas de esos siniestros estercoleros y pozos sépticos de la nueva y gigantesca industria de producción de carnes en encierro, siembran el terror en las poblaciones del planeta como si fuesen amenazas apocalípticas y posibilitan ingentes negocios de las corporaciones de los medicamentos. Gigantismo de las producciones, bioindustria, monocultivos con transgénicos, desaparición de la biodiversidad, ausencia del Estado, desprotección creciente de los pueblos, contaminación y descenso de los sistemas inmunológicos; son los resultados inevitables de estos modelos que se impulsan tanto desde las derechas como desde las izquierdas. Necesitamos escapar de esas trampas y persistir en la búsqueda de nuevos caminos, somos cada vez más los que participamos en la empresa de salvar el Planeta y recuperar escalas y modos de vida que respeten nuestra propia humanidad. En esta batalla por la vida no existen tareas menores, y el sentido de la responsabilidad personal es uno de los instrumentos más formidables que podemos comprometer en la lucha. De allí la importancia de la concientización y de las prácticas ecológicas que millones de personas están incorporando tales como nuevos hábitos de reciclaje, de rehuso y reutilización, de reemplazar las bolsas de plástico, de desmedicalizar la propia salud, de producir los propios alimentos y de hacer árboles y difundir su plantación, de comprar a pequeños productores en mercados locales y adecuar la alimentación a los frutos de estación, evitando todo lo posible los productos industrializados. Estamos en el buen camino y somos cada vez más numerosos, ni siquiera nos proponemos ganar, sino que hemos hecho del camino la batalla por la vida. No nos pueden vencer.
Jorge Eduardo Rulli
http://horizontesurblog.blogspot.com/
Digamos una vez más y porque es importante tomar plena conciencia acerca de ello, que las sojas RR modificadas genéticamente, son parte de un paquete tecnológico que se compone de herbicidas y otros tóxicos, así como de ciertas tecnologías agrícolas tales como la siembra directa, tecnologías que, instalaron en la Argentina a partir de los años noventa, un modelo productivo de gran escala y de enorme dependencia a insumos. Las consecuencias sociales y ambientales de este modelo de agricultura industrial con transgénicos, fueron realmente devastadoras, para nuestro país. Además de la desaparición de muchísimos miles de pequeños y medianos productores, millones de argentinos se vieron obligados a migrar del campo a la ciudad, expulsados de sus pueblos y arrancados de sus modos de vida tradicionales, para instalarse en periferias urbanas de pobreza extrema y pasando a ser sostenidos con planes asistenciales que se pagaron con las retenciones a la soja y debiendo alimentarse en los comedores para indigentes y en los comedores escolares, con la misma soja transgénica que la Argentina producía como forrajes, para los cerdos y las gallinas de Europa y de China.
La soja, como cultivo para la exportación, ayudó a una minoría de propietario de campos, a salir de las deudas que tenían y les permitió alcanzar niveles de vida jamás imaginados, pero para la mayoría, la soja, como si fuera una maldición, se hizo sinónimo de desempleo rural, de migración a las ciudades, de hambre e indigencia. El nuevo paisaje argentino pasó a ser el de los desiertos verdes de los monocultivos, en que los pequeños pueblos desaparecieron, desaparecieron también innumerables oficios y prácticas culturales que se hicieron innecesarias, tales como los alambradores, los puesteros y gran parte de los tamberos, desapareció asimismo la familia rural y lo que es peor, desapareció el arraigo y languidece en las periferias urbanas la antigua cultura rural. La frontera agropecuaria se expandió, y barriendo el monte y la vida campesina, llegó inclusive a las selvas de yungas, empujando a la caña y a los cultivares de limones hacia los pedemontes.
El precio de la tierra hizo impensable la ganadería, al menos tal como la conocíamos. Ahora, el ganado se amontonó en los feedlots o se marginó en las zonas de esteros, en las islas y en lugares donde el proceso hegemónico de agriculturización no podía imponerse por carencia de tierras aptas. La práctica de un modelo de agricultura sin rotaciones, sumado a las intensas y reiteradas fumigaciones de tóxicos que la acompañaron, liquidaron buena parte del fósforo, los nutrientes y la vida microbiana de los suelos argentinos, algunos ecosistemas como el del Chaco o el norte santafecino colapsaron, el cáncer se convirtió en epidemia y la Argentina batió record de cosechas y de niños nacidos con malformaciones, debido a que sus madres estuvieron en contacto con los venenos o fueron fumigadas durante el embarazo. El caso argentino en los marcos de la llamada globalización, es emblemático, tanto de las nuevas sumisiones a las Corporaciones, como de la instalación de un modelo productivo, que por sus extendidos daños colaterales, perpetra un verdadero genocidio sobre la propia población.
La ausencia del Estado, por una parte, y a la vez, los compromisos de las políticas de Estado, favorecieron la instalación del modelo de Agronegocios, modelo que partía del concepto de hacer de la agricultura un negocio y no ya una forma de la existencia en el campo como lo fuera anteriormente con los chacareros. El modelo de los Agronegocios, incluyendo la idea de cadenas agroalimentarias y la hegemonía de los supermercados, fue una herencia de los años noventa, herencia ratificada y fortalecida por todos los gobiernos posteriores. Una herencia, que, lamentablemente, no se ha modificado y que no hace sino acentuarse, más allá de los actuales discursos. Los espacios de producción de alimentos y los espacios de comercialización de alimentos frescos desaparecieron, en beneficio de las cadenas agroalimentarias y de la industrialización de todo aquello que constituye la comida de los argentinos. El trabajo boliviano precario sostiene actualmente, en gran medida, el reducido mercado de verduras y hortalizas, mientras el modelo agro exportador se reconfigura hacia nuevos parámetros de producción y dependencia global a las grandes corporaciones. Las actuales crisis del campo ocultan bajo el circo mediático de las políticas electorales, la profundización del actual modelo. Estamos a medio camino entre la Repúbliqueta de la Soja forrajera, y la Repúbliqueta de los biocombustibles y de la biogenética, estadio en el que primarán definitivamente los grandes pooles, el complejo aceitero sojero, los grandes feedloteros, los frigoríficos, las refinerías de agrocombustibles y los exportadores. No puede haber conciliación entre el llamado campo y el gobierno en la medida que los discursos evadan la verdad y el sentido común, que no exista el diálogo abierto y la clara exposición de intereses, que el Gobierno no asuma el estar por encima del conjunto de las parcialidades y el deber de tener un proyecto trascendente.
Consideramos que ese campo, constituido por los rentistas y productores sojeros, no se anima siquiera a pronunciarse sobre sus propias servidumbres en las cadenas productivas y de exportación, y que ha aceptado que el Gobierno lo construya como el enemigo político que necesita, y repite de esa forma, los discursos que se le indican desde la Biblioteca Nacional, discursos pensados para que cumpla el rol funcional de una derecha retrógrada y de una oligarquía vacuna que se le viene asignando y que, en forma patética repite de buen grado. Aún más todavía, es posible que las construcciones del enemigo sean comunes a ambos contendientes, y que ambos sean recíprocamente funcionales a una construcción mediática y política que, saca las discusiones de toda sensatez y realidad, para llevarla al campo de la ficción política, donde se encubren las sumisiones a las Corporaciones y los gigantescos intereses y negocios en juego. De hecho, hace mucho que todo el país depende de una discusión sobre los derechos de exportación, y sin embargo, jamás se ha escuchado a un exportador hablar del tema y aparentemente están muy conformes con las políticas existentes, de tal manera dicen los expertos, que en la Argentina ganan hasta cincuenta veces lo que ganarían en otros mercados de exportación, sin contar además con controles significativos sobre las actividades que realizan.
En los días 15 al 19 de mayo, en las Academias Pontificias de Roma, las enormes corporaciones Biotecnológicas harán un esfuerzo por persuadir al Vaticano a modificar su actitud respecto a las Biotecnologías, cuando hasta el momento se ha negado la Iglesia a reconocer como aceptables, las propuestas de resolver el hambre del mundo mediante las semillas genéticamente modificadas y las prácticas agrícolas que las acompañan. No obstante los discursos anti sojeros y anti glifosato fuertemente instalados en este año electoral, el Gobierno argentino y en especial la Cancillería argentina, se hará presente en ese encuentro para exponer a través de Moisés Burachik, uno de los máximos representantes de estas políticas en el Estado, los supuestos éxitos del modelo de la Soja RR en la Argentina. ¿Qué no es lo que se dice en el plano interno? ¿Qué tal afirmación carece absolutamente de sustento? ¿Qué pueden importar tales razones cuando todo se mide solamente por su utilidad en relación con mantenerse en el poder y debilitar al adversario?
Por otra parte, la insistencia de la izquierda local sobre la propiedad de la tierra y el que se levante la consigan de la Reforma Agraria como solución al problema de la creciente sojización, confunde el pensamiento de la opinión pública y resulta absolutamente funcional al modelo impuesto por las corporaciones. A menos que nos refiramos a la propiedad del dominio de la tierra que ocupan desde antiguos pequeños campesinos de provincias interiores, estaremos sacando el foco de atención de la necesidad de desactivar el modelo para llevarlo, como en una operación distractiva, a los confines del modelo, donde se expande la frontera de agriculturización compulsiva y las situaciones pueden ser sumamente dramáticas, pero nunca decisivas. La insistencia en la consigna de Reforma Agraria por parte de una cierta izquierda, sin el acompañamiento explícito del concepto de Soberanía Alimentaria, encubre la aspiración inconfesable de ampliar el actual modelo de monocultivos transgénicos con nuevos contingentes de sectores rurales, en una operatoria que hemos denominado con sarcasmo: la democratización del modelo sojero. Hoy la cuestión pasa clara y determinantemente, por el uso y no por la propiedad de la tierra, ya que ningún gran capitalista, al precio de la tierra en la actualidad, aceptaría mantener semejantes capitales inmóviles, cuando su dinero se le reproduce más fácilmente en los servicios, en la intermediación o en el uso de la tierra ajena a la que empobrece sin mayores consecuencia para el propio patrimonio. El problema de esa izquierda es que colaboró en consolidar el modelo de la soja al canalizar hacia luchas sociales a los desocupados de la agricultura. De esa manera, facilitó la instalación del modelo actual asistencial y clientelar, modelo social complementario e indispensable a los planes corporativos que requieren tan solo del territorio y de los bienes naturales: biocombustibles, minería por cianurización, bosques implantados y pasta de papel. Las Corporaciones no necesitan hoy de las derechas, sino que precisan gobernantes y líderes que se ocupen de lo social y que estén convencidos tal como conviene a las empresas, que el hambre del mundo puede solucionarse con más y más biotecnología. Las corporaciones necesitan líderes, con los que puedan negociar las nuevas reglas del dominio internacional, líderes que administren la fragmentación actual de la Sociedad y que acentúen los crecientes astillamientos de las identidades y de los intereses, en las nuevas metrópolis de la pobreza, conglomerados urbanos en procesos de tugurización, siempre al borde de los colapsos ambientales y sumidos en la inseguridad y particularmente en la inseguridad alimentaria.
En las nuevas sociedades globalizadas, la conciencia ciudadana languidece sumida en el consumo de imágenes, mientras la política, pareciera haberse transformado en un modo de vida en que unos pocos hacen negocios y otros muchos se aseguran una salario magro de aquí a las elecciones. El resto, parece dispuesto a optar, una vez más entre la Coca y la Pepsi. El grueso de los intelectuales, permanecen agobiados por su propia historia, en un mecanismo de negación de los fracasos que solo saben leer como derrotas, mecanismo que los conduce a persistir una y otra vez en el mismo o similar error. Sería mucho más ético que reconocieran su propio cansancio y se dedicaran a cuidar a sus nietos, dejando de ser los sostenes eruditos y letrados, de la franja etaria quinceañera en aquella plaza del primero de mayo que intentara disputar la conducción, y hoy, está apropiada de manera hegemónica de los resortes del Poder.
Los costados progresistas de la izquierda latinoamericana, manifiestamente anacrónicos en épocas de cambios climáticos y de evidente agotamiento de los recursos de vida del Planeta, su rechazo a comprender la importancia de la ecología en la lucha de los pueblos, y esa contumaz convicción en la neutralidad de las ciencias y de las tecnologías, heredada de los mitos de los siglos XVIII y XIX, los hace funcionales a los intereses de las Corporaciones y al modelo de Globalización y post Globalización. Mientras tanto, las nuevas plagas globales surgidas de esos siniestros estercoleros y pozos sépticos de la nueva y gigantesca industria de producción de carnes en encierro, siembran el terror en las poblaciones del planeta como si fuesen amenazas apocalípticas y posibilitan ingentes negocios de las corporaciones de los medicamentos. Gigantismo de las producciones, bioindustria, monocultivos con transgénicos, desaparición de la biodiversidad, ausencia del Estado, desprotección creciente de los pueblos, contaminación y descenso de los sistemas inmunológicos; son los resultados inevitables de estos modelos que se impulsan tanto desde las derechas como desde las izquierdas. Necesitamos escapar de esas trampas y persistir en la búsqueda de nuevos caminos, somos cada vez más los que participamos en la empresa de salvar el Planeta y recuperar escalas y modos de vida que respeten nuestra propia humanidad. En esta batalla por la vida no existen tareas menores, y el sentido de la responsabilidad personal es uno de los instrumentos más formidables que podemos comprometer en la lucha. De allí la importancia de la concientización y de las prácticas ecológicas que millones de personas están incorporando tales como nuevos hábitos de reciclaje, de rehuso y reutilización, de reemplazar las bolsas de plástico, de desmedicalizar la propia salud, de producir los propios alimentos y de hacer árboles y difundir su plantación, de comprar a pequeños productores en mercados locales y adecuar la alimentación a los frutos de estación, evitando todo lo posible los productos industrializados. Estamos en el buen camino y somos cada vez más numerosos, ni siquiera nos proponemos ganar, sino que hemos hecho del camino la batalla por la vida. No nos pueden vencer.
Jorge Eduardo Rulli
http://horizontesurblog.blogspot.com/
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