viernes, agosto 18, 2006


El consumo de soja en Argentina se presenta como la solución al hambre. Se promociona como el alimento perfecto. Pero la dura realidad la revela como una trampa: los niños pequeños alimentados a soja no podrán asimilar hierro, calcio o zinc, y su sistema hormonal será desequilibrado. Su desarrollo intelectual será menor que el resto de los niños. Las embarazadas que consumen soja como dieta base, tendrán problemas en el sistema hormonal de su bebé y de ellas mismas

Y los adultos, que creímos en el espejismo de la soja (transgénica o no) incorporamos dosis hormonales fortísimas y nos exponemos a la baja de las defensas y a complicaciones de alergias.

En verdad: somos las víctimas de la necesidad de las multinacionales de ubicar la soja con la que el primer mundo alimenta al ganado. Un cultivo que avanza imparable sobre el monte nativo y las producciones biodiversas.

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La soja ha desembarcado en Argentina hace década y media, de la mano de un poderoso aparato de prensa, que la ubicó en el sitio del “alimento ideal”.

Su cultivo implica un gravísimo problema ambiental para los ecosistemas en los que se implanta, provocando la pérdida de biodiversidad, el empobrecimiento de los suelos, la reducción del monte nativo, y el aumento de las escorrentías debido a la la falta de retén natural. Y que ha generado un histórico éxido rural. Dirá el Foro por la Tierra y la alimentación que se trata de “un modelo que ya ha expulsado más 200.000 agricultores, trabajadores rurales y sus familias. Una agricultura que es sólo un paso de mediación en la reproducción del capital financiero, el cual invierte en el recurso tierra extrayéndole todo su potencial rentable hasta agotarlo; expulsa a los agricultores, y se va hacia nuevos destinos más lucrativos, dejando un desierto a sus espaldas”.

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