En Argentina
Por Walther Pengue
Pese a que en Argentina se ha incrementado la productividad física de los cultivos de exportación —soja, girasol, maíz y trigo— y se ha expandido la superficie cultivada, hasta cubrir incluso zonas ambientalmente vulnerables, diversos indicadores socioeconómicos demuestran que se está ingresando a un modelo de “subdesarrollo sustentable”, expresión acuñada por Cavalcanti con respecto a Brasil.
En su éxodo hacia las ciudades en busca de nuevos empleos o mejores oportunidades de trabajo, los emigrantes rurales se encuentran hoy con mercados laborales sumamente cerrados, o bien abiertos sólo para ocupaciones mal pagadas. La pobreza y la indigencia han aumentado significativamente en las ciudades, las franjas periurbanas y en el mismo campo. En los últimos 10 años, el número de pobres en las áreas urbanas y periurbanas de Buenos Aires pasó de 2.327.805 a 3.466.000, esto es, un aumento de 148%, al tiempo que la indigencia aumentaba de 324.810 a 921.000 personas, es decir, se elevaba en una proporción aún mayor (184%). Según se estima, de una población total de 37 millones de personas, casi 15 millones de argentinos (40%) entran en la categoría de pobres. Por otra parte, 40% de las explotaciones rurales pueden ser consideradas como pobres, sin acceso a capital de trabajo ni a recursos tecnológicos modernos. En algunas zonas, el porcentaje de explotaciones rurales pobres se eleva todavía más, llegando a 60% en la región del noroeste y a 61% en la del noreste.
Por lo general, en el país se han aplicado, siempre que lo consintiera la relación costo-beneficio, las tecnologías agropecuarias más modernas, con el objeto de poner al día su modelo exportador. Pese al alto ritmo de adopción tecnológica, en Argentina se ha utilizado en general una proporción de insumos, especialmente de agroquímicos y fertilizantes sintéticos, muy inferior a la de sus competidores, los Estados Unidos y diversos países de Europa, gracias a lo cual el país era reconocido hasta hace poco en el ámbito mundial como productor de alimentos naturales. Además, el adecuado sistema de rotación de cultivos agrícolas y de ganadería permitía mantener la estabilidad ambiental y económica.
Ello se ha visto perturbado ahora por la agricultura industrial, que presiona con fuerza sobre los recursos y se sostiene en el uso intensivo de herbicidas y fertilizantes, la mayoría de ellos importados. En Argentina se exportan anualmente alrededor de 3.500.000 toneladas de soja, trigo, maíz y girasol, sus principales cultivos. La soja, motor de las exportaciones agrícolas, representa casi 50% de esa cifra. No obstante, se ha inducido a los agricultores a comprometerse cada vez más con el camino artificial, como lo prueba el aumento de la aplicación de fertilizantes sintéticos, en reemplazo de las conocidas y eficientes prácticas de manejo, recuperación y rotación de los suelos.
Los sistemas mixtos han cedido su lugar a la producción agrícola exclusiva y a la adopción de nuevos cultivares e híbridos, como sojas RR, nuevos híbridos de alto potencial y trigos franceses. Ello se vincula directamente a la intensificación del uso de agroquímicos y fertilizantes sintéticos, promovida por las empresas vendedoras de semillas, las asociaciones de empresarios agrícolas y diversas instituciones oficiales.
En definitiva, se avanza hacia una “agriculturización”, o más bien hacia una “sojización”, no sólo de la pampa argentina, sino de toda la zona que comprende las áreas productivas de Bolivia, el sur de Brasil, Paraguay y Uruguay, todas con salida por el Paraná.
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