Glifosato: del mito a lo escatológico, por Graciela C. Gómez
Con más de treinta años en el mercado, sigue allí, con idas y vueltas, firmas, omisiones, connivencia de universidades, ministerios, legisladores, gobernantes y consultoras que facturan, por fuera y por dentro del Estado.
Digamos, una consultora dentro del Ministerio de Tecnología y Ciencia y otro por fuera, en manos privadas pero aliadas entre sí para perpetuar el templo al poroto que exige ser bañado con el mito-venenito mientras los países del primer mundo buscan alternativas para sacárselo de encima y hasta tal vez tirarlo al tercer mundo o mas civilizadamente países emergentes.
Da vergüenza ajena ver a médicos prestándose al circo de charlas des-informativas donde dibujan las buenas prácticas ante un espectador que solo quiere escuchar la frase “es inocuo”, mientras detrás del telón los disertantes confiesan en voz baja, que realmente algo pasa que todos saben. Y es que el glifosato bloquea la acción protectora del ácido fólico.
Profesionales que se prestan a consultoras y a multinacionales inescrupulosas y que deberían estar haciendo como mínimo el “test de la cometa”, lo más sencillo, ya que alegan que el Estado no asigna fondos para estudios de epidemiología, y de genotoxicidad ni reconoce los que ya están hechos. Pero la cometa parece estar en el bolsillo de esta gente, donde el diablo metió la cola hace 14 años.
Dicen que “No existen agroquímicos seguros”, nadie lo niega, “Solo formas seguras de aplicarlos”, ahí viene lo gracioso: In situ, a “seguro” se lo llevó el viento, no la deriva.
“Podemos aplicar glifosato a 50 metros sin que se nos escape una gota” dijo un experto en jugar “al sapo” y debe ser el único en el mundo, que además desconoce que existe un invento en otro de los colosos productores de soja que se llama “Atrapador de Deriva” en los EEUU.
Manifiestan también que el principio precautorio “se aplica sin tener ningún criterio tecnológico o de la gente especializada”, desde el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Santa Fe. Los jueces que aplican tal principio, seguramente no estudiaron o estos señores confunden la profesión “de interés público” con “el bien común” de la gente.
Un concepto que bien presentaba Tomás de Aquino: “A la autoridad estatal o a la misma comunidad le corresponde velar por el bien común”, y que fue incorporado en las constituciones y legislaciones de numerosos países.
Todo viene a cuento porque se acerca la siembra. Las avionetas esperan ansiosas despegar en la Ruta 1 de Santa Fe para regar de muerte los poblados cercanos y secar lo poco verde que dejará el otoño. Las barreras de árboles para protegerse de las fumigaciones que proponen, son casi una anécdota de los picapiedras. Probado está que su ineficacia la convierte más que en barrera en un colador y el agroquímico les gana por goleada.
Me pregunto: ¿Cuál es el beneficio de la tecnología y la gran promesa de la bioingeniería si se ahogan en un bidón de glifosato? ¿Qué hace la Comisión creada por Decreto N°21 a más de un año de su creación?
Ni siquiera actualizó su página web, donde el “informe borrador” sigue oficializado, y a esta altura parece una monografía de estudiantes .El contador de las denuncias quedó clavado en 28 (de 50: 2 fueron retiradas 20 no constituyen denuncias), la atrazina y el dicamba siguen como clase IV dentro de los más usados y el endosulfan tiene trato prioritario con el glifosato, cuando ya fue sacado del mercado. Ni la Comisión ni el Senasa salen a informar a la gente qué está sucediendo y porqué no se toman medidas concretas y decisiones estructurales sobre el tema de los plaguicidas. Como colorario, desde hace un año puede leerse debajo, al pie de página “falta definir casilla de mail”.
“El Roundup modifica la calidad del agua y el funcionamiento general de los sistemas acuáticos, considerando que tanto el fitoplancton como el perifiton son base de las tramas tróficas de agua dulce”, expresa el estudio “ El glifosato: el herbicida más usado en cultivos de soja y sus efectos en ecosistemas de agua dulce” de la Dra Haydée Pizarro, (Depto. Ecología, Genética y Evolución, FCEyN- UBA-CONICET) con quien tuve oportunidad de compartir una charla-debate en la Facultad de Cs Exactas y Naturales de la UBA, para el día del Medio Ambiente en junio pasado. Un proyecto que involucra investigadores del INTECH-Chascomús, del ILPLA y del departamento de Ecología, Genética y Evolución de la FCEyN . Allí también estuvieron presentes el Dr. Marcelo Wolansky (Depto de Química Biológica-FCEN UBA) que investiga sobre los efectos en la salud que provocan algunas mezclas de plaguicidas y el Ingeniero Agrónomo Javier Casahino (CETAAR-Rapal-UBA).Este último repite incansablemente en cada encuentro que nos convoca que “El modo de producción de una agricultura dependiente de los plaguicidas, determina que las comunidades sufran intoxicación por plaguicidas y otros daños a la salud.”
Algo que parecen no entender o no asumir estos señores, cuando sabemos que sus buenas prácticas no funcionan. En la aplicación de cualquier agroquímico hasta la medicina laboral acepta y propone que los médicos puedan participar de la prescripción de la receta del plaguicida a utilizar. ¿Cómo saber de otro modo cuál es la acción del ser humano al tomar contacto con el veneno, a corto, mediano o a largo plazo?
El trabajo de Diana Milena Ochoa, una estudiante de la Maestría en Salud Animal de la Universidad Nacional de Colombia, fue premiado por la Alltech Young Scientist Award el pasado 5 de mayo. Ochoa demostró que el glifosato tendría incidencia en la salud de los peces, ya que afecta unas de las enzimas que los humanos también poseen. Los mismos efectos de estrés oxidativo se puede dar en las personas. “Tal vez no produzca la muerte, pero detrás vendrían consecuencias a largo plazo”, comentó la investigadora, quien explicó que ello puede verse reflejado en daños hepáticos.
Pero según los colegiados que se resisten a usar la palabra agrotóxico o agroquímico, cualquier modificación legal que los perjudique “no tiene en cuenta la opinión de especialistas”. Lo que no aclaran es que entienden por especialistas, después de todo lo expresado ut supra sobre estudios que refutan todos los escasos argumentos que les van quedando.
El mito desmitificado hasta lo absurdo pasó de ser ingrediente activo, a quedar pasivo de toda defensa escatológica. Mientras tanto los organismos responsables de su control y regulación siguen impasibles ante lo ineludible. Será porque la Comisión de Lino Barañao no tiene e-mail.
Fuente: Asociación Argentina de Periodistas Ambientales (AAPA)-Medio&medio
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