Editorial de Horizonte Sur, 23 de agosto 2009, por Jorge E. Rulli
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Somos un país laboratorio, y lo somos en varios sentidos. Entre otros, en experimentar un modelo de Agronegocios complejo, enrevesado, con amplios respaldos de la opinión pública y a la vez con gigantescos y terribles impactos sobre nuestras vidas; un modelo refinado de transformaciones socioeconómicas del que se habla poco y tal vez se comprenda menos. Un modelo que modificó a la Argentina, que necesitó muchos años, tanto de evolución como de involución del pensamiento político para ser alcanzado, y sobre el que a la vez, el común carece de mayor conciencia. El modelo del Agronegocio: la persistencia en épocas de Globalización, de los viejos paradigmas de los años revolucionarios, ahora adaptados a los nuevos tiempos, a las necesidades empresariales de las Corporaciones transnacionales y a las urgencias del consumo de una sociedad lanzada sin mayores reflexiones, al frenesí de un crecimiento chino de altísimos costos, que se asumen con cinismo progresista como daños colaterales.
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En el país laboratorio de la biotecnología y de las sojas transgénicas, la regla principal para no producir graves desbalances, regla tanto compartida y respaldada por el representante de los camioneros de los porotos de soja, cuanto por los nuevos líderes de los movimientos sociales, es la de mantener suficientemente abastecido el mercado interno. No importa ello de qué manera, con qué espectáculos ni con qué tipo de comida, lo importante es controlar socialmente toda posibilidad de nuevos estallidos y reciclar la vida política partidaria, reproduciendo su base social en las periferias urbanas de extrema pobreza. A estos fines se añade, la alianza con los grupos oligopólicos y prebendarios, que desde las grandes usinas lácteas, los supermercados, las cervecerías y los servicios de cables, aseguran la estabilidad necesaria para continuar con los negocios y con ese crecimiento que, se supone, resolverá alguna vez, por sí mismo, los graves problemas sociales de la Argentina. De esa manera, un extraño maridaje se produce, entre el leninismo político adecuado al tiempo de los mercados globales, los economistas de la entraña empresarial demoliberal, los estalinistas aferrados a ciertas expectativas biotecnológicas de patentar transgénicos nacionales y esos intelectuales del supuesto campo nacional y popular, que, arrastrados por la culpa setentista, continúan con el circo de sus demonizaciones y de su revisión de la historia contemporánea. De otra manera, no se comprendería qué tiene que ver esa interpretación maniquea, mil veces repetida, de la masacre de Ezeiza con la resiente crisis del campo, la reinterpretación de Perón desde el Cooke que volvió marxistizado de Cuba en los años sesenta, con los actuales procesos de Biotecnología y la producción de Biocombustibles. Los años setenta y sus fracasos no asumidos pesan en la mala conciencia de una generación que administra el poder en acuerdo con las empresas del Agronegocio y en total ignorancia de sus terribles costos ambientales y de cuánto y cómo, estas políticas devendrán situaciones extremas de vida para las próximas generaciones de argentinos.
Somos un país laboratorio, y lo somos en varios sentidos. Entre otros, en experimentar un modelo de Agronegocios complejo, enrevesado, con amplios respaldos de la opinión pública y a la vez con gigantescos y terribles impactos sobre nuestras vidas; un modelo refinado de transformaciones socioeconómicas del que se habla poco y tal vez se comprenda menos. Un modelo que modificó a la Argentina, que necesitó muchos años, tanto de evolución como de involución del pensamiento político para ser alcanzado, y sobre el que a la vez, el común carece de mayor conciencia. El modelo del Agronegocio: la persistencia en épocas de Globalización, de los viejos paradigmas de los años revolucionarios, ahora adaptados a los nuevos tiempos, a las necesidades empresariales de las Corporaciones transnacionales y a las urgencias del consumo de una sociedad lanzada sin mayores reflexiones, al frenesí de un crecimiento chino de altísimos costos, que se asumen con cinismo progresista como daños colaterales.
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En el país laboratorio de la biotecnología y de las sojas transgénicas, la regla principal para no producir graves desbalances, regla tanto compartida y respaldada por el representante de los camioneros de los porotos de soja, cuanto por los nuevos líderes de los movimientos sociales, es la de mantener suficientemente abastecido el mercado interno. No importa ello de qué manera, con qué espectáculos ni con qué tipo de comida, lo importante es controlar socialmente toda posibilidad de nuevos estallidos y reciclar la vida política partidaria, reproduciendo su base social en las periferias urbanas de extrema pobreza. A estos fines se añade, la alianza con los grupos oligopólicos y prebendarios, que desde las grandes usinas lácteas, los supermercados, las cervecerías y los servicios de cables, aseguran la estabilidad necesaria para continuar con los negocios y con ese crecimiento que, se supone, resolverá alguna vez, por sí mismo, los graves problemas sociales de la Argentina. De esa manera, un extraño maridaje se produce, entre el leninismo político adecuado al tiempo de los mercados globales, los economistas de la entraña empresarial demoliberal, los estalinistas aferrados a ciertas expectativas biotecnológicas de patentar transgénicos nacionales y esos intelectuales del supuesto campo nacional y popular, que, arrastrados por la culpa setentista, continúan con el circo de sus demonizaciones y de su revisión de la historia contemporánea. De otra manera, no se comprendería qué tiene que ver esa interpretación maniquea, mil veces repetida, de la masacre de Ezeiza con la resiente crisis del campo, la reinterpretación de Perón desde el Cooke que volvió marxistizado de Cuba en los años sesenta, con los actuales procesos de Biotecnología y la producción de Biocombustibles. Los años setenta y sus fracasos no asumidos pesan en la mala conciencia de una generación que administra el poder en acuerdo con las empresas del Agronegocio y en total ignorancia de sus terribles costos ambientales y de cuánto y cómo, estas políticas devendrán situaciones extremas de vida para las próximas generaciones de argentinos.
Etiquetas: Argentina, GRR, Horizonte Sur, Rulli
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