jueves, junio 18, 2009

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Transgénicos en Cuba: no basta la buena fe

Sábado 25 de abril de 2009

En momentos de debates y controversias sobre alimentos transgénicos, el concurso de la revista teórica Temas, en la edición de 2008, premió una obra muy original, que aborda el tema desde una óptica irónica, pero profunda y concisa.

"Habla un transgénico", es el título del artículo premiado, escrito por Eduardo Francisco Freyre Roach, doctor en Filosofía y profesor titular de la Universidad Agraria de la Habana (UNAH). El premio coincide con el anuncio hecho por científicos del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) sobre el inicio de "ensayos de campo" con un maíz transgénico.

Desde la central provincia de Sancti Spíritus, Raúl Armas, especialista del CIGB de ese territorio, informó que se modificó una variedad cubana del cultivo con el propósito de hacerla resistente a la Palomilla del maíz, principal plaga que afecta a la planta en Cuba, según reveló el diario Juventud Rebelde el pasado 26 de febrero.

El rotativo cubano explicó que "la investigación, avalada por los rigurosos controles de seguridad biológica y ambiental establecidos en Cuba, se halla en fase de introducción con el objetivo de obtener semillas que permitirían, posteriormente, su extensión productiva para consumo humano y animal, siempre y cuando este sea aprobado por los organismos competentes".

En entrevista sobre un tema tan polémico, Freyre abordó diferentes aristas del asunto, que concierne a la sociedad.

¿Qué desventajas y riesgos para la salud humana y el medio ambiente originarían los alimentos transgénicos?

Como se sabe, estos "alimentos" son productos o derivados de organismos genéticamente modificados (OGM), en los cuales se manipula el genoma. ¿Dónde caen los genes de interés y elementos citoplasmáticos inadvertidos, que se bombardean hacia el núcleo de la célula? ¿Cuál será, a largo plazo, el comportamiento del organismo en el ecosistema, considerando su constante variabilidad?

En este y otros asuntos hay mucha incertidumbre, reconocida por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS), las investigaciones independientes (no transnacionales) y reportes de experimentos.

Con toda razón se teme que, quizás no a corto, pero sí a mediano y largo plazos, estos alimentos provoquen alergias, toxicidad, dificultades inmunológicas, cáncer, infertilidad y hasta trastornos endocrinos. Ni hablar de la posibilidad de la contaminación transgénica, que pone en peligro a las especies silvestres y cultivadas. ¿Pudiera controlarse el flujo natural y el flujo social de genes? ¿Qué decir acerca de si la transgénesis es compatible solo con una agricultura industrializada a gran escala, con extensos monocultivos, uso intensivo de plaguicidas y fertilizantes químicos, ahorro o abaratamiento de mano de obra? Ni quienes abogan por la transgénesis descartan esos riesgos, aunque suelen plantear que son mínimos y controlables técnicamente. A mi modo de ver, en esta tecnología, que está hecha a la medida de intereses transnacionales y del mercado, la prioridad hay que concederla al principio precautorio, como se estipula en la Declaración de Río, el Convenio de Biodiversidad y el Protocolo de Cartagena.

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