La Jornada, México, 25 de septiembre de 2006
* Investigadora del Grupo ETC
Trasnacionales redactan cartas "de agricultores"
Silvia Ribeiro*
Silvia Ribeiro*
Agrobio México es una "asociación civil" cuyos miembros son las trasnacionales Monsanto, Syngenta, Dupont, Bayer y Dow. Son las mismas que controlan los cultivos transgénicos en el mundo. Solamente Monsanto controla 88 por ciento.
La gerente de comunicaciones de esta asociación, Ana Laura González, envió el 7 de septiembre un correo electrónico a Jaime Sánchez Ruelas, presidente de la Unión Agrícola Regional del Norte de Tamaulipas, con argumentos para que su asociación y otros agricultores enviaran al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), en favor de las solicitudes de Monsanto, Dow y Pioneer (Dupont), para experimentar con maíz transgénico en México. Agrobio aconseja en su carta a los agricultores que "promuevan comentarios de otras personas: colegas, familiares, etc". Para que no tengan que pensar ni en cómo disimular quién les hizo el texto, González envió cuatro versiones diferentes de cartas para enviar a las autoridades.
El mismo día, el diligente Jaime Sánchez envió todo el paquete a varias decenas de asociaciones de agriculto- res e individuos afines. Si alguien creía que, aun siendo muy pocos, había agricultores en México que realmente querían maíz transgénico, queda claro que no hablan por sí mismos, sino por las trasnacionales.
Los argumentos que Agrobio compiló para esos agricultores con quienes tiene tan estrecha relación parecen un viaje de Prozac de las multinacionales: según ellos no hay problema alguno, sus amigos investigadores del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) ya previeron todas las medidas de bioseguridad mediante el Plan Maestro de Maíz; el maíz transgénico aumentará la producción, disminuirá el uso de químicos y ahora, por arte de magia, los agricultores mexicanos podrán competir con los millones de toneladas de maíz transgénico subsidiado que México importa desde Estados Unidos. Sorprendente que en tan pocas hojas compilen tantas falsedades.
En una de las cartas, Agrobio esgrime que los transgénicos contribuirán a las "Metas de Desarrollo Milenario" (sic) de reducir la pobreza mundial. Se refieren probablemente a los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas. Como los funcionarios de Agrobio reciben sus instrucciones en inglés directamente de las casas matrices de las trasnacionales en Estados Unidos, no se han molestado en leer el texto original y lo tradujeron erróneamente.
De todos modos, a Agrobio lo único que le preocupa de los pobres es si los puede usar como estrategia de marketing. En realidad las semillas transgénicas han aumentado la pobreza en los países del Sur donde se han cultivado por más tiempo, por ejemplo en Argentina, segundo productor mundial de transgénicos.
Pero Agrobio no quiere mostrar los datos de producción y uso de químicos de los transgénicos en los países que más los han usado. Por eso no menciona los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), país pionero en estos cultivos, que tiene más de 60 por ciento de la producción mundial de transgénicos. En su lugar coloca datos parciales, con los que manipula resultados usando fuentes de organismos creados por las propias empresas.
Si se basaran en datos oficiales de USDA, como ha hecho, entre otros, el investigador Charles Benbrook, tendrían que informar que hasta 2003 la introducción de transgénicos significó un aumento de uso de agroquímicos de 23 millones de kilogramos. Curva que sigue en ascenso. Que en caso del maíz, en una evaluación de cinco años, también compilada por Benbrook sobre datos oficiales, el aumento total de producción fue de 0.6 por ciento, pero como la semilla transgénica es mucho más cara, los agricultores perdieron 92 millones de dólares porque gastaron mucho más que si hubieran sembrado maíz convencional. Que las propias empresas recomiendan a los agricultores dejar "refugios para insectos" de maíz no transgénico en un 20 a 40 por ciento de su campo, para retardar la inevitable resistencia que surge en los insectos que dice combatir. Que por todo eso el estudio de la USDA Adopción de los cultivos biotecnológicos (2002) concluyó que "...el tema pendiente más importante es explicar por qué ha habido un ritmo de adopción tan acelerado mientras los impactos económicos parecen ser variados o incluso negativos".
La razón de esto, que Agrobio conoce pero prefiere ocultar, es que la mayoría de los agricultores de Estados Unidos tienen una relación de esclavitud con las empresas semilleras, porque han perdido sus propias semillas y el acceso a las no patentadas de mejoramiento público. No es que los transgénicos sean elegidos por los agricultores, sino que las empresas que monopolizan el mercado no les dan otras opciones, porque para ellas sí es un gran negocio.
Ochenta y cinco por ciento de los que trabajan el campo en México son campesinos y usan sus propias semillas, sustento de sus autonomías, de sus culturas y de poder comer sin pedir permiso a nadie. Por ellos van las empresas, por las buenas o las malas. Si se siembra maíz transgénico en México habrá una inevitable contaminación transgénica, con genes patentados, mucho más extendida de la que ya produjeron las empresas y el gobierno con las importaciones de maíz. Esto sería un crimen de lesa humanidad, con consecuencias gravísimas para toda la sociedad, ahora y en el futuro. Si el gobierno legaliza tamaña agresión en favor de las multinacionales, colocará aún más presión a la caldera a punto de estallar de la sociedad mexicana. Y quien siembra viento...
La gerente de comunicaciones de esta asociación, Ana Laura González, envió el 7 de septiembre un correo electrónico a Jaime Sánchez Ruelas, presidente de la Unión Agrícola Regional del Norte de Tamaulipas, con argumentos para que su asociación y otros agricultores enviaran al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), en favor de las solicitudes de Monsanto, Dow y Pioneer (Dupont), para experimentar con maíz transgénico en México. Agrobio aconseja en su carta a los agricultores que "promuevan comentarios de otras personas: colegas, familiares, etc". Para que no tengan que pensar ni en cómo disimular quién les hizo el texto, González envió cuatro versiones diferentes de cartas para enviar a las autoridades.
El mismo día, el diligente Jaime Sánchez envió todo el paquete a varias decenas de asociaciones de agriculto- res e individuos afines. Si alguien creía que, aun siendo muy pocos, había agricultores en México que realmente querían maíz transgénico, queda claro que no hablan por sí mismos, sino por las trasnacionales.
Los argumentos que Agrobio compiló para esos agricultores con quienes tiene tan estrecha relación parecen un viaje de Prozac de las multinacionales: según ellos no hay problema alguno, sus amigos investigadores del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) ya previeron todas las medidas de bioseguridad mediante el Plan Maestro de Maíz; el maíz transgénico aumentará la producción, disminuirá el uso de químicos y ahora, por arte de magia, los agricultores mexicanos podrán competir con los millones de toneladas de maíz transgénico subsidiado que México importa desde Estados Unidos. Sorprendente que en tan pocas hojas compilen tantas falsedades.
En una de las cartas, Agrobio esgrime que los transgénicos contribuirán a las "Metas de Desarrollo Milenario" (sic) de reducir la pobreza mundial. Se refieren probablemente a los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas. Como los funcionarios de Agrobio reciben sus instrucciones en inglés directamente de las casas matrices de las trasnacionales en Estados Unidos, no se han molestado en leer el texto original y lo tradujeron erróneamente.
De todos modos, a Agrobio lo único que le preocupa de los pobres es si los puede usar como estrategia de marketing. En realidad las semillas transgénicas han aumentado la pobreza en los países del Sur donde se han cultivado por más tiempo, por ejemplo en Argentina, segundo productor mundial de transgénicos.
Pero Agrobio no quiere mostrar los datos de producción y uso de químicos de los transgénicos en los países que más los han usado. Por eso no menciona los datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), país pionero en estos cultivos, que tiene más de 60 por ciento de la producción mundial de transgénicos. En su lugar coloca datos parciales, con los que manipula resultados usando fuentes de organismos creados por las propias empresas.
Si se basaran en datos oficiales de USDA, como ha hecho, entre otros, el investigador Charles Benbrook, tendrían que informar que hasta 2003 la introducción de transgénicos significó un aumento de uso de agroquímicos de 23 millones de kilogramos. Curva que sigue en ascenso. Que en caso del maíz, en una evaluación de cinco años, también compilada por Benbrook sobre datos oficiales, el aumento total de producción fue de 0.6 por ciento, pero como la semilla transgénica es mucho más cara, los agricultores perdieron 92 millones de dólares porque gastaron mucho más que si hubieran sembrado maíz convencional. Que las propias empresas recomiendan a los agricultores dejar "refugios para insectos" de maíz no transgénico en un 20 a 40 por ciento de su campo, para retardar la inevitable resistencia que surge en los insectos que dice combatir. Que por todo eso el estudio de la USDA Adopción de los cultivos biotecnológicos (2002) concluyó que "...el tema pendiente más importante es explicar por qué ha habido un ritmo de adopción tan acelerado mientras los impactos económicos parecen ser variados o incluso negativos".
La razón de esto, que Agrobio conoce pero prefiere ocultar, es que la mayoría de los agricultores de Estados Unidos tienen una relación de esclavitud con las empresas semilleras, porque han perdido sus propias semillas y el acceso a las no patentadas de mejoramiento público. No es que los transgénicos sean elegidos por los agricultores, sino que las empresas que monopolizan el mercado no les dan otras opciones, porque para ellas sí es un gran negocio.
Ochenta y cinco por ciento de los que trabajan el campo en México son campesinos y usan sus propias semillas, sustento de sus autonomías, de sus culturas y de poder comer sin pedir permiso a nadie. Por ellos van las empresas, por las buenas o las malas. Si se siembra maíz transgénico en México habrá una inevitable contaminación transgénica, con genes patentados, mucho más extendida de la que ya produjeron las empresas y el gobierno con las importaciones de maíz. Esto sería un crimen de lesa humanidad, con consecuencias gravísimas para toda la sociedad, ahora y en el futuro. Si el gobierno legaliza tamaña agresión en favor de las multinacionales, colocará aún más presión a la caldera a punto de estallar de la sociedad mexicana. Y quien siembra viento...
* Investigadora del Grupo ETC
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