miércoles, enero 07, 2009

LA SOYA ES Y SERÁ SIEMPRE INSUSTENTABLE, IRRESPONSABLE Y GENOCIDA

Las deudas externas que agobiaban a nuestros países en los años ochenta, fueron la consecuencia de una alianza siniestra entre las dictaduras nativas de los años anteriores y los banqueros y financistas internacionales. Esas deudas y la necesidad de conseguir divisas para pagar sus intereses, fueron la razón por la cuál los gobiernos de la democracia, aceptaron el rol de países productores de commodities que les impusieron las nuevas normas del comercio internacional. En ese esquema de dominio que conocemos como Globalización, a la Argentina le correspondió producir forrajes para los países de Europa. Dejamos de producir alimentos sanos y abundantes para nuestra propia población. Dejamos de ser la granja del mundo para convertirnos en una Republica forrajera productora de Soya para piensos. La aprobación de las Soyas resistentes al herbicida Roundup de Monsanto en el año 1996, aceleró el proceso de especialización del campo argentino y profundizó un modelo de agro exportación que expresaba una nueva relación neocolonial, pero ahora con las Corporaciones transnacionales. Las hambrunas que siguieron a la crisis del año 2001 fueron también la consecuencia del nuevo modelo de país productor de forrajes. Una buena parte de la población cayó en la mayor de las indigencias y muchos de ellos, empujados por el hambre, tuvieron que alimentarse con la misma Soya transgénica que se exportaba a Europa y a China para alimentar a cerdos y aves de corral. El precio que ha pagado la Argentina y su pueblo al proceso de la Globalización, ha sido desmesurado. Más de diecinueve millones de hectáreas ocupa actualmente el desierto verde de la Soya, cuando los precios de las commodities se desmoronan en los mercados y el futuro se torna amenazante, ya que no tan solo nuestra economía sino también una enorme población de desocupados, en gran medida provenientes de la agricultura, dependen de los dineros que la Soya le deja al Estado como derechos de exportación.

Lamentablemente el modelo instalado de la agricultura industrial no hace sino profundizarse. Ahora el territorio se destinará a producir forrajes y harinas para piensos, pero también combustibles para los inyectores de los automóviles europeos. A lo largo de los grandes ríos por donde se marchan los nutrientes, el fósforo y la materia orgánica de los suelos argentinos, las empresas internacionales levantan puertos privados y en ellos construyen las nuevas refinerías para transformar la Soya, el maíz y la caña de azúcar en biocombustibles. Las consecuencias de este modelo de país monoproductor de forrajes, aceites y ahora agrocombustibles, no son solamente el hambre y la miseria, los agroecosistemas devastados, la deforestación masiva para ganar espacios a los nuevos cultivos, el despoblamiento del campo y el creciente hacinamiento de la población desplazada a las grandes ciudades. Existen otros impactos que han sido acallados por los grandes medios, pero que ya no pueden continuar invisibilizados. Los agrotóxicos que acompañan a las semillas transgénicas de la empresa Monsanto, están produciendo un verdadero genocidio sobre las localidades fumigadas. En las poblaciones próximas a los cultivos, el cáncer es una epidemia, la cantidad de niños nacidos con malformaciones y los discapacitados, resultan incontables. Mientras tanto, las empresas ligadas a la producción y exportación de Soya, han insistido en enmascarar sus crímenes, y han conseguido la complicidad, de importantes ONG ambientalistas internacionales, para realizar operaciones de maquillaje verde. Una y otra vez han insistido en buscar modos para que su Soya se haga aceptable a la conciencia crítica o culposa de los consumidores europeos. Complicadas maniobras de certificación, permitieron imaginar que los consumos serían éticamente aceptables. Se sucedieron las fantasías de soyas sustentables, de soyas responsables, de soyas que garantizaban la no deforestación, etc. Máscaras verdes destinadas a encubrir un intercambio comercial que se ha transformado en el fundamento del Capitalismo global, y que en Europa y lejano oriente significa Bioindustrias para la producción masiva de carnes en encierro a escalas cada vez mayores, y consumo chatarra para los seres humanos. Durante los últimos doce años, hemos debatido estos temas con nuestros amigos europeos, con los ecologistas, con la izquierda y también, con los veganos. Hemos hecho esfuerzos para persuadirlos de que, no demonizábamos a la soya. Hemos insistido en que, se trataba de desmontar un modelo que nos colonizaba, que modificaba la vida y el consumo europeo, y que hubiese bastado establecer en Europa, las propias producciones de forrajes en cada país, o aprobar una moratoria para los cortes en las naftas, para que la explotación de los países condenados a la Soya se hiciera inviable y pudiésemos reestablecer la propia seguridad alimentaria a la vez que recuperar niveles aceptables de salud ambiental. Sin embargo, y a pesar de nuestras campañas, las Corporaciones y sus sirvientes en el campo de las consultoras ambientales y de las ONG cómplices de las empresas, continúan insistiendo en encubrir sus negocios con discursos verdes. Es por ello que, una vez más, decimos que la Soya es un crimen, que su producción y su comercio internacional significan innumerables muertes en nuestros países, que significan abortos incontables, niños con malformaciones, despoblamiento del campo, hambre y miserias inenarrables. No existen máscaras verdes aceptables en el comercio criminal de la Soya y de los Biocombustibles. La actual debacle internacional de las bolsas, de los bancos y de los mercados, debería hacernos reflexionar sobre la necesidad de generar un mundo diferente, en que las relaciones entre los países no esté fundada en la especialización, y menos aún en que unos países sean obligados a proveer a otros de sus materias primas y de los mejores recursos de sus bienes comunes.

GRR Grupo de Reflexión Rural
Buenos Aires Argentina, 9 de Diciembre 2008

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