Artículo de Ribeiro en la revista Biodiversidad, octubre 2008
Hambre y transgénicos
Silvia Ribeiro*
Las agroempresas transnacionales, las que más han lucrado con la crisis alimentaria y están entre los principales causantes del cambio climático, aprovechan la coyuntura para promover agresivamente cultivos y árboles transgénicos como solución de las crisis. El espectro de argumentos, falsos pero recogidos por varios gobiernos e instituciones internacionales, incluye que los transgénicos aumentarían la producción; que los agrocombustibles serían más eficientes; que harán cultivos resistentes a los efectos del cambio climático y que los árboles transgénicos producirán celulosa (para agrocombustibles o papel) sin competir con alimentos. Pero estos argumentos son falsos e implican nuevos peligros.
El problema no es la producción de alimentos, sino el acceso injusto a los medios para producirlos. Además, los transgénicos producen menos que las variedades convencionales. Varios estudios de organizaciones de la sociedad civil e investigadores independientes (Amigos de la Tierra, Charles Benbrook), o universitarios y oficiales (Universidad de Kansas, Universidad de Nebraska, Departamento de Agricultura de Estados Unidos) muestran que la soja [soya] transgénica, principal cultivo transgénico plantado en el mundo, produce en promedio hasta 11% menos, y que el maíz, el algodón y la canola —que junto a la soja son el 99% de la producción mundial de transgénicos— producen igual o menos. La semilla transgénica es más cara y con la resistencia que generan en malezas e insectos, requieren mucho más agrotóxicos.
La promoción de cultivos “resistentes al clima” , según un informe del Grupo ETC, oculta que las empresas de transgénicos (Monsanto, Syngenta, DuPont, BASF… ) han acumulado más de 530 patentes en trámite o aprobadas, sobre caracteres genéticos de cultivos, resistentes a la sequía, inundación, salinidad, etcétera, para producir plantas transgénicas y monopolizar el mercado. Es un robo del ingenio campesino (esos caracteres de los cultivos han sido desarrollados por campesinos y campesinas en todo el mundo), y trata de impedir que frente al cambio climático florezcan las soluciones locales, descentralizadas y no comerciales.
La promoción de nuevas generaciones de agrocombustibles (incluso árboles) para producir etanol celulósico, seguirá compitiendo en tierra, agua y nutrientes con los cultivos alimentarios, porque es un jugoso negocio y está subvencionada —con dinero en el Norte y entorno y mano de obra barata en el Sur. Pero será peor que la primera generación: no se puede procesar la celulosa con cierta eficiencia energética sin usar microorganismos transgénicos, o más allá: microbios producto de la biología sintética, construyendo desde cero parte o todo el organismo artificialmente, con riesgos nuevos e impredecibles.
Los árboles transgénicos vendrán a aumentar los devastadores monocultivos que crean desiertos verdes, resecan y agotan los suelos en poco años, desplazan agricultores, destruyen fauna y flora local. Además, provocarían la peor contaminación transgénica jamás vista, al estar contaminando con polen transgénico cientos de kilómetros, durante toda la vida del árbol.
Las transnacionales “ofrecen” que para contener la contaminación y los nuevos riesgos de esos árboles y cultivos manipulados, se puede aplicar la tecnología Terminator, que los vuelve estériles. Terminator nunca funcionará totalmente, como han mostrado científicos. Sumará el problema de la esterilidad a la contaminación, y hará que haya que comprar todos los años semillas nuevas a las empresas.
Lo que quieren lograr realmente con los transgénicos es profundizar la dependencia con las transnacionales, invadiendo espacios del mundo donde no han logrado entrar (como África y las áreas campesinas de todos los continentes) para destruir sus formas de vida y sustento, pasando así a controlar las bases de la alimentación mundiales.
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