martes, enero 29, 2008

La segunda generación es tan nociva o más

Por GRAIN

“Cualquier tecnología que pretenda mitigar el cambio climático debe demostrar que tiene el potencial para reducir las emisiones a gran escala —una vez consideradas las emisiones totales del ciclo de vida de los gases con efecto de invernadero. Las reducciones en las emisiones deben ocurrir a nivel global, no sólo a nivel micro. Si una tecnología, directa o indirectamente, destruye los ecosistemas que juegan un papel esencial en el ciclo de carbono de la tierra, o si indirectamente retarda la transición que nos saque de los sistemas de producción intensiva de combustibles fósiles, entonces implica el riesgo de acelerar en vez de abatir el calentamiento global”, se apunta con gran lucidez en el documento Agrofuels. Towards a Reality Check in Nine Key Areas, informe de once organizaciones de la sociedad civil [Biofuelwatch, Carbon Trade Watch-tni, Corporate Europe Observatory, EcoNexus/Ecoropa/Ecologistas en Acción, Grupo de Reflexión Rural, Munlochy gm Vigil, noah-Friends of the Earth Denmark, Rettet den Regenwald e.V., Watch Indonesia] presentado en París en julio de 2007 durante la 12 reunión del Convenio de Diversidad Biológica.

Si los agrocombustibles de primera generación entrañan tantos riesgos, los de segunda generación (aquéllos que las empresas, los gobiernos y los enclaves de investigación científica comercializada buscan derivar de celulosa de la biomasa, de pastos, de árboles o de organismos de diseño artificiales) pueden “acelerar el calentamiento global al decrementar aún más la capacidad actual de la Tierra para regular el dióxido de carbono”.

Según el informe, “no existe evidencia de que los agrocombustibles líquidos a partir de biomasa sólida tengan el potencial de reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero a nivel global, y sin embargo se promueven a expensas de las tecnologías verdaderamente renovables que podrían ayudar a reducir las emisiones considerablemente. Es claro que hay un límite en cuanto a la cantidad de biomasa que puede usarse en la producción de energía sin ocasionar una degradación de los ecosistemas”.

Y añade: “Independientemente de cualquier descubrimiento tecnológico futuro, refinar materiales vegetales hasta convertirlos en combustibles líquidos para el transporte siempre necesitará energía adicional y como tal no podrá lograr ahorros en las posibles emisiones nocivas`”.

El Departamento de Energía estadounidense financia actualmente investigación en etanol de celulosa y ha identificado “barreras biológicas” significativas que deben remontarse si se pretende que el etanol de celulosa sea una opción viable. La celulosa es una sustancia con la que es difícil lidiar. Las enzimas pueden descomponer la celulosa, pero no lo pueden hacer tan eficientemente; sólo pueden producir una mezcla muy diluida que luego se destila para hacer etanol.

Hacer viable el etanol de celulosa no es sólo escalar la tecnología existente y gradualmente mejorar los criterios de eficiencia. Los científicos tendrían que entender mejor la fisiología de las plantas y los mecanismos que evitan que la celulosa se descomponga por los hongos y los microbios. Encontrar organismos específicos puede ser muy difícil por lo que los científicos son propensos a diseñar genéticamente microbios u hongos que cumplan dicha tarea, con los riesgos asociados a todos los microorganismos genéticamente modificados.

Lo terrible es que se inviertan “miles de millones de dólares en una tecnología que no estará disponible en el tiempo crucial que nos queda para evitar los peores impactos del calentamiento global. La situación actual recuerda mucho a cuando la industria biotecnológica prometía una segunda generación de cultivos gm que resistiría las sequías y la salinidad, y que siguen siendo promesas aun después de años de investigación. Estos ‘futuros’ biotecnológicos han sido muy importantes para mantener el interés en la ingeniería genética”. Lo real es que los agrocombustibles de segunda generación se utilizan para promover la agenda de la biotecnología y (contrariamente al espíritu científico que dicen profesar quienes los promueven, la frase parece ser), “luego vemos”.

En cuanto a la ingeniería genética, el informe anota que ésta busca utilizar el diseño genético para simplificar y hacer más eficientes los procesos industriales para descomponer la celulosa, la hemicelulosa y la lignina, y así producir (a partir de biomasa vegetal) agrocombustibles de modo más fácil, barato y eficiente.

La industria busca modificar las plantas para que produzcan menos lignina, se haga más fácil su descomposición y la de la celulosa, logrando un mayor rendimiento de las plantas.

Se experimenta también con microbios y enzimas diseñados con el fin de descomponer la materia vegetal con más eficiencia en un ambiente industrial extremo. Se buscan también nuevos microbios y enzimas que puedan ejecutar estas tareas con más eficacia que aquéllos ya conocidos. Se colectan ya microorganismos que viven en las grietas volcánicas del lecho del mar que pueden soportar condiciones extremas y se buscan los microbios de las entrañas de las termitas porque digieren la materia vegetal con mucha eficiencia.

Genencor o Novozymes intentan reducir los costos de la producción industrial de enzimas, y Diversa Corporation estudia enzimas que descompongan la hemicelulosa. Hay mucho interés en utilizar la biomasa de los árboles y entonces se buscan los métodos necesarios para descomponer la materia vegetal de forma barata y eficiente. “Los árboles requieren menos mantenimiento, menos insumos y contienen más carbohidratos (la materia prima de los agrocombustibles), que los cultivos sembrados. Con ingeniería genética se busca reducir el nivel de su lignina y cambiar la estructura de la hemicelulosa”.

El propósito general es reducir el costo de producción e incrementar el volumen producido para que compitan económicamente con los combustibles fósiles sin subsidios. “Poco se sabe de los impactos de liberar árboles genéticamente modificados”, dice el informe. “Lo cierto es que la compleja interacción de los árboles con los ecosistemas, su largo ciclo de vida y su amplia diseminación de frutos y polen, significan que los impactos serán de mucho mayor magnitud que los de los cultivos plantados anualmente. Los riesgos son muy serios en especial para los ecosistemas forestales naturales”.

Los militantes de la biología sintética (una nueva disciplina que combina diseño genético con nanotecnología, informática e ingeniería), intentan no sólo rediseñar organismos existentes sino construir de la nada (con un diseño refinado y precisión, según dicen) nuevos organismos que descompongan la materia vegetal, o que logren condiciones de procesamiento industrial masivo. La nueva compañía del aventurero Craig Venter, Synthetic Genomics, “busca estudiar la información genética de los microbios colectados en el agua marina para diseñar y construir un nuevo microorganismo que convierta los desperdicios industriales en etanol. El gobierno estadounidense le invierte recursos masivos a un programa llamado Genomes for Life [Genomas para la Vida] que apoya la investigación en biología sintética como parte de un intento estadounidense por desarrollar alternativas a su dependencia de los combustibles fósiles”. La British Petroelum ya le ofreció 500 millones de dólares a la Universidad de California en Berkeley para la investigación de ingeniería genética sobre combustibles lignocelulósicos que implica usar biología sintética.

Pero cuáles son los impactos de utilizar grandes cantidades de biomasa para fabricar combustibles agroindustriales. Los que abogan el uso en gran escala de la biomasa para la segunda generación (como el Departamento de Agricultura, el Departamento de Energía y la Agencia Internacional de Energía, todas éstas dependencias del gobierno estadounidense) asumen que grandes cantidades de madera, ‘pastos y desperdicios vegetales’ pueden usarse sustentablemente para producir agrocombustibles. “Por lo pronto, su producción descansaría en refinerías de gran escala que requerirían un abasto constante de grandes cantidades de biomasa. Un informe de 2005 del departamento de Energía, por ejemplo, habla de utilizar 1 300 millones de toneladas de biomasa seca cada año, tan sólo en Estados Unidos”.

Para lograr esto, sería necesario despojar los suelos de casi todos los residuos agrícolas, “destinar 55 millones de hectáreas de tierras (que hoy son de cultivos perennes) a la siembra de ‘energéticos’, utilizar más abono del que permite la Agencia de Protección Ambiental, y poner toda la tierra de cultivo estadounidense bajo el régimen de agricultura directa que requeriría vastos incrementos en el uso de pesticidas y fertilizantes”.

Agrofuels. Towards a Reality Check in Nine Key Areas, es enfático: “retirar los residuos orgánicos de los campos implicaría tener que usar más nitratos fertilizantes, incrementando las emisiones de óxido nitroso, lo que sobrecargaría de nitrato el sistema provocando serios impactos en la biodiversidad de la tierra, el agua y los océanos. Despojar por completo la materia vegetal implica acelerar las pérdidas de la cubierta del suelo, lo que ocasiona la devastación de los nutrientes del suelo. Es probable que también se redujera la retención del agua, lo que haría que la agricultura fuera más vulnerable a las sequías”.

Como ejemplo, “en los bosques controlados de Alemania menos de 5% de la biomasa proviene de los árboles muertos o moribundos, mientras que en los bosques naturales el porcentaje de biomasa que proviene de ellos suma 40%. Se calcula que entre 20-25% de todas las especies del bosque dependen de ese llamado “desperdicio forestal” que permanece en la floresta —incluidos 1 500 tipos de hongos y 1 350 tipos de escarabajos tan sólo en Alemania, así como otras muchas especies de insectos, líquenes, pájaros y animales”.

Y en el informe de las once organizaciones presentado en París se insiste: “Despojar los bosques de más residuos maderosos con objeto de producir agrocombustibles sin duda acelerará las pérdidas en biodiversidad y reducirá el almacenaje de carbono de los bosques. Plantar millones de hectáreas que hoy son de cultivos perennes con cultivos de agroenergía pondrá mucha más presión sobre la tierra, tanto para la producción de alimentos y las comunidades, como para los ecosistemas naturales. Muchas plantas identificadas como candidatas para servir de materia prima para agrocombustibles de segunda generación son ya de por sí plantas identificadas como invasivas, como el pasto aguja, el miscanto y alguna variedad de alpiste. Así que algunas de las tierras ‘reservadas’ en la Unión Europea o áreas del Programa de Conservación en Estados Unidos están siendo sacrificadas en aras de la expansión de la biomasa, siendo que tales programas juegan un papel importante en la reducción de la erosión y el vaciado del suelo y son cruciales en impedir la decadencia de la biodiversidad”.

En resumen, el etanol de celulosa no parece pronto a estar disponible comercialmente, y enfrenta barreras técnicas que no parecen poder remontarse en el futuro previsible. Mucha de la inversión en investigación y desarrollo del etanol de celulosa se destina a ingeniería genética sin una evaluación de los riesgos. No se evalúan las consecuencias de utilizar grandes cantidades de biomasa del llamado “desperdicio vegetal”; no se evalúan las plantaciones de árboles ni el efecto de destinar las áreas de cultivos perennes donde se producen alimentos a los agrocombustibles; no se evalúan los ecosistemas, las emisiones globales de los gases con efecto de invernadero, la fertilidad de los suelos o las existencias de agua. En este escenario, las promesas que hace la industria acerca de esta “segunda generación” son sólo una treta usada por los gobiernos, con la que se justifica la expansión de gran escala de los monocultivos de agrocombustibles de primera generación, particularmente en el Sur global, pese a las crecientes evidencias de los severos impactos negativos en las comunidades y el ambiente.

http://www.grain.org/biodiversidad/?id=376

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