México: ¿Qué ciencia? Científicos reprobados
Víctor Toledo
Víctor Toledo
El alud de exigencias al Estado, que por sus tonalidades parecen demandas de una elite caprichosa y arrogante, alcanzó cierta estelaridad en las declaraciones realizadas por "tres premios Nobel y un premio Príncipe de Asturias" (La Jornada, 22/9/05), quienes afirmaron sin recato que "políticos ignorantes frenan la investigación"
La nota periodística resulta interesante porque filtra a los lectores uno de los principales dogmas de la ciencia convertida en ideología: la pontificación de los científicos. ¿Quién asegura que un investigador premiado es garantía de opiniones profundas, coherentes o sensatas?
Se olvida que William Shockley, premio Nobel en 1956, se pasó la última parte de su vida tratando de demostrar la inferioridad mental (mediante la llamada prueba del IQ) de negros, asiáticos y mexicanos, y que al menos otros tres premios Nobel (Niels Bohr, Richard Feynman y David R. Wilkins) participaron en la fabricación de la bomba atómica. En una entrevista reciente al periódico El País (11/9/05), el premio Nobel de Medicina Stanley J. Watson, descubridor de la estructura del ADN, afirmó: "no hay que limitar legalmente la investigación genética... Hay quien aduce que esto beneficiaría a los ricos, pero eso no es ninguna novedad. Los ricos siempre compran las nuevas tecnologías antes que los demás. Todo puede utilizarse para fines funestos, pero no es razón para detener el progreso". Tampoco se puede perder de vista que Francisco Bolívar Zapata, otro flamante premio Príncipe de Asturias, es, además de científico, accionista de corporaciones biotecnológicas y notable defensor del uso indiscriminado de alimentos transgénicos.
Esta posición que implora "libertad total a la investigación" busca justamente evitar que los científicos sean requeridos por razones éticas, sociales o políticas. "El progreso científico en un frente amplio", escribió el ideólogo Vannevar Bush (citado por René Drucker, La Jornada, 9/10/05), "es el resultado del libre juego de intelectos libres trabajando en temas de su propia elección, en formas dictadas por su curiosidad para la exploración de lo desconocido." Lo paradójico es que esas "formas dictadas por la curiosidad" de los científicos se van convirtiendo, sigilosamente y conforme la ciencia crece y se industrializa, en la "curiosa intención" de los fabricantes de armamentos o los dueños de gigantescas corporaciones.
Ninguna noticia tuvo mayor relevancia que el anuncio de los resultados de una encuesta auspiciada por la Academia Mexicana de Ciencias y la UNAM para detectar la percepción que los científicos nacionales tienen del Conacyt. En la encuesta, 4 mil 262 investigadores reprobaron a la institución oficial dedicada a impulsar la actividad científica, al calificarla en promedio con un valor de 5.4 (La Jornada, 30/6/05). El hecho llama la atención porque si acudimos a las estadísticas, como supongo debieron haber hecho los más de 4 mil colegas que respondieron la encuesta, la calificación no coincide con lo que los datos revelan.
De acuerdo con las tendencias derivadas de las cifras oficiales (que supongo confiables) es probable que nunca la ciencia en México haya recibido tanto apoyo del gobierno como en los cuatro años pasados (2000 a 2004). Según un folleto del propio Conacyt, el Sistema Nacional de Investigadores creció en ese lapso 46 por ciento sumando 3 mil 438 nuevos investigadores y aumentando su presupuesto 35 por ciento. Durante el mismo periodo los apoyos a la investigación básica fueron de 2 mil 334 millones de pesos, lo cual representó 31 por ciento de aumento, los dirigidos a la investigación aplicada y tecnológica crecieron 84 por ciento, y los de los llamados centros de investigación SEP-Conacyt, 47 por ciento. Por otra parte el programa de becas se incrementó 46 por ciento y, en el colmo de la paradoja, la misma Academia Mexicana de Ciencias recibió lo que nunca: 104 millones de pesos, que representan un incremento de 30 por ciento respecto de los cuatro años anteriores.
Si nos atenemos al examen escrupuloso de las evidencias, los reprobados serían los investigadores mexicanos que participaron en la encuesta (no el Conacyt), por su poca "seriedad científica" al emitir opiniones fundadas en datos inexistentes y en consecuencia en patrones o tendencias igualmente inexistentes. Más allá de la circunstancia, que tuvo la rara virtud de contribuir a la renuncia del director del Conacyt, el fenómeno muestra de nuevo cómo los hombres y las mujeres de ciencia se comportan de manera similar al resto de los ciudadanos. Su "percepción", para la que no encuentro explicación, pudo ser fruto de la repetición automática de opiniones sin sustento, un acto reflejo frente al "Estado paternalista" o la expresión individual de una ambición colectiva o gremial. Dejo este caso de subjetividad colectiva a los sociólogos de la ciencia, deseando fervientemente que alguien logre rebatirme públicamente y podamos recuperar el prestigio del gremio. De lo contrario habrá que documentarlo como un nuevo caso para Ripley.
La Jornada, México, 2-12-05
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