viernes, junio 06, 2008

Declaración de GRAIN sobre la crisis alimentaria

LA NECESIDAD DE UNA TRANSFORMACIÓN RADICAL

Muchas personas están tomando conciencia de que no hay solución posible a menos que abramos las puertas a un cambio real de poder. No podemos confiar en que las autoridades políticas, los científicos y los investigadores que nos han llevado al desastre actual, nos saquen de él. Ellos han creado un doble vacío profundo: un vacío político y una farsa de mercado. El vacío político es palpable. En lugar de generar ideas brillantes para construir un sistema alimentario más sustentable y equitativo, quienes están en el poder parecen capaces de tener sólo actos reflejos que equivalen a más de lo mismo: más liberalización del comercio, más fertilizantes, más transgénicos y más endeudamiento para hacer todo eso posible. La mera idea de, por ejemplo, reformular las reglas del sistema financiero o de poner coto a los especuladores, son temas tabú. Incluso las políticas de autosuficiencia alimentaria adoptadas en algunos países en desarrollo, en sí mismas una idea muy buena, con frecuencia repiten las fallidas estrategias de la Revolución Verde.

Lo más preocupante es que la elite política y la elite comercial no quieren enfrentar el hecho de que, se trate de un trabajador estadounidense propietario de su casa o de una madre que hace fila para conseguir arroz en las Filipinas, la confianza en el mercado se ha hecho trizas. Los agricultores de Tailandia quedaron estupefactos. El año pasado obtenían Bht10.000 (US$ 308) por tonelada de arroz entregada a los molinos. Actualmente perciben Bht9.600 (US$ 296), ¡aún cuando el precio del arroz a los consumidores se ha triplicado! [2] El dólar estadounidense (todavía una moneda internacional para el comercio de alimentos) se ha venido a pique, mientras que el precio del petróleo (del cual depende la producción industrial de alimentos) se ha ido por las nubes. Como consecuencia, los gobiernos comenzaron a sacar alimentos del mercado ya que sencillamente no confían más en la forma en que se valoran los alimentos. El gobierno de Malasia, por ejemplo, ha anunciado que está dispuesto a intercambiar bilateralmente aceite de palma por arroz con cualquier país que quiera cerrar el trato, mientras que varios otros países han prohibido la exportación de alimentos. [3]

Enfrentados a este panorama de insolvencia de ideas y de sistemas, no hay otro camino creíble que reconstruir desde los cimientos. Esto significa dar vuelta todo: los pequeños agricultores, todavía responsables de la mayor parte de los alimentos que se producen, deben ser quienes fijen la política agrícola, en lugar de la OMC, el FMI, el Banco Mundial o los gobiernos. Las organizaciones campesinas y sus aliados tienen ideas claras y viables sobre cómo organizar la producción y los servicios y cómo dirigir los mercados e incluso el comercio regional e internacional. Lo mismo ocurre con los sindicatos y los sectores pobres urbanos, quienes pueden cumplir un papel importante en la definición de las políticas alimentarias. Varios grupos, tales como la Unión Nacional de Agricultores de Canadá, la Confederación Campesina de Francia, ROPPA de África Occidental, Monlar de Sri Lanka y el MST de Brasil, han exhortado enérgicamente a renovar las políticas y los mercados agrícolas. Organizaciones internacionales como La Vía Campesina y la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación, también están dispuestas a tener algún tipo de participación.

LOS TEMAS MÁS URGENTES

Hay tres temas interrelacionados que es necesario abordar para que podamos salir de la crisis alimentaria: la tierra, los mercados y la agricultura propiamente dicha.

El acceso de los campesinos a la tierra es un elemento claramente central. Con el aumento de los precios de los productos básicos (commodities) y el nuevo mercado de agrocombustibles, la especulación de la tierra y la apropiación de tierras se suceden a una escala impresionante. En muchas partes del mundo, los gobiernos y las empresas están estableciendo agricultura de plantaciones en gran escala a costa del desplazamiento de campesinos y de la producción local de alimentos. En efecto, el modelo agrícola orientado a la exportación y la dependencia de las importaciones, que están en la raíz de la crisis actual, se acelerarán, destruyendo los sistemas de producción de alimentos que necesitamos para salir del atolladero actual.

La situación se torna incluso más crítica en tanto la apropiación de tierras ocurre en todo el mundo y se está volviendo oficial. Según algunas fuentes, Japón ha adquirido 12 millones de hectáreas de tierra en el sudeste asiático, China y América Latina, para producir alimentos que exportaría a Japón, lo que significa que los cultivos japoneses en el extranjero ¡tienen ahora el triple de tamaño de su parte continental! [4] El gobierno de Libia arrendó 200.000 hectáreas de tierras de cultivo en Ucrania para atender sus propias necesidades de importación de alimentos, y los Emiratos Árabes Unidos están comprando grandes propiedades de tierras en Pakistán con el apoyo del Islamabad. [5] El año pasado el gobierno de Filipinas firmó una serie de acuerdos con Beijing para permitir a las empresas chinas el arrendamiento de tierras para la producción de arroz y maíz con destino a la exportación a China, lo que desencadenó una enorme protesta nacional en diversos sectores, desde organizaciones campesinas filipinas hasta la Iglesia Católica. Las empresas chinas también han estado adquiriendo derechos sobre tierras productivas en toda África y otras partes del mundo. El gobierno de Beijing está por hacer de la compra de tierras en el exterior para la producción de alimentos con destino a exportación a China, una política central y oficial del gobierno. [6]

La tierra, por supuesto, siempre ha sido una demanda central de los movimientos sociales, especialmente de los campesinos, los pescadores tradicionales, los trabajadores rurales y los pueblos indígenas. La reforma agraria es una de las primeras medidas que urge aplicar para poner fin al creciente flagelo de la pobreza rural y para empoderar a la gente para que se alimente a sí misma y a sus comunidades, revirtiendo la explosión de barrios urbanos marginados, que constituye un elemento tan central de esta crisis alimentaria. Ya es hora de tomar en serio y poner en práctica las propuestas de las organizaciones campesinas.

Otro tema importante a atender es cómo resolver el tema del mercado. Durante décadas, el Banco Mundial y el FMI impusieron a los países pobres políticas para lograr la liberalización neoliberal del comercio y políticas de ajuste estructural. Esas prescripciones fueron reforzadas con el establecimiento de la OMC a mediados de la década de 1990 y, más recientemente, a través de un aluvión de tratados bilaterales de libre comercio e inversión. Junto con varias otras medidas, han provocado el despiadado desmantelamiento de aranceles y otras herramientas que los países en desarrollo habían creado para proteger la producción agrícola local. Estos países han sido obligados a abrir sus mercados al agronegocio mundial y a los alimentos subvencionados exportados por los países ricos. En el proceso, las tierras fértiles dejaron de servir a los mercados locales de alimentos para producir commodities mundiales o cultivos fuera de estación y de alto valor para los supermercados occidentales, convirtiendo a numerosos países pobres en importadores netos de alimentos.

Uno de los aspectos más inmorales de la crisis alimentaria es el lucro espectacular que el mercado ha permitido que tengan los grandes del agronegocio y los especuladores. Contrariamente a la impresión que dan algunos medios de difusión, son pocos los agricultores que perciben algún beneficio por el aumento de los precios. Ya hemos mencionado el ejemplo de los agricultores tailandeses que ahora obtienen menos por su arroz, mientras que los consumidores pagan el triple. Los agricultores de Honduras, que en algún momento fueron el granero de América Central, ya no pueden pagar más la semilla o el fertilizante, por el aumento de precios que han tenido esos insumos. [7] Las empresas, por otro lado, están obteniendo ganancias sin precedentes en todos los eslabones de la cadena alimentaria -- desde los fertilizantes y las semillas al transporte y el comercio. A principios de este año, GRAIN documentó el aumento de las ganancias experimentado en 2007 por las principales empresas de alimentos y fertilizantes. [8] En el primer trimestre de 2008, mientras numerosas personas hambrientas reducían aún más la cantidad de alimentos ingeridos, las principales compañías de alimentos y fertilizantes daban cuenta de un aumento aún más espectacular de sus ganancias. [9]

Al mismo tiempo se está dando una especulación en gran escala. Según un prominente agente de commodities, la cifra de la inversión especulativa en futuros de commodities aumentó de 5.000 millones de dólares en 2000 a 175.000 millones de dólares en 2007. [10] La mitad del trigo que se comercializa ahora en la bolsa de commodities de Chicago está controlada por los fondos de inversión. [11] En la Bolsa de Futuros Agrícolas de Tailandia, la especulación sobre el arroz ha triplicado, en un año, el número promedio de contratos diarios y los fondos de cobertura y otros especuladores representan ahora la mitad de los contratos comercializados diariamente. [12] Toda esta actividad especulativa de los fondos de pensión, fondos de cobertura y similares, más el cambio de la comercialización de los commodities de los mercados formales a acuerdos directos fuera del ámbito de los mercados organizados, está haciendo subir los precios por las nubes. La burbuja es intrínsecamente inestable y está destinada a explotar, con resultados imprevisibles. Con pocas excepciones, los gobiernos y los organismos internacionales difícilmente hablan de esta parte de la crisis alimentaria, y menos aún hacen algo efectivo para lidiar con ella.

En contraste, los sindicatos y las organizaciones de agricultores han reclamado insistentemente una regulación y controles adecuados, en especial porque los productores y los consumidores son los grupos más afectados por todo esto. Los reclamos de soberanía alimentaria de los movimientos sociales invariablemente incluyen la propuesta de dar urgente prioridad a los mercados locales y regionales y aplicar medidas para reducir el dominio de los mercados internacionales y de las empresas que los controlan. Otras de las medidas propuestas son la suspensión, si no el desmantelamiento, del Acuerdo sobre la Agricultura de la OMC, la fijación de impuestos a las empresas del agronegocio para mejorar la distribución de los recursos y el establecimiento de reservas estratégicas nacionales. Esto permitiría a los gobiernos manejar las existencias con mayor eficiencia, alentar la competencia, inhibir la formación de monopolios, realizar investigaciones formales sobre la especulación en los mercados de commodities y luego adoptar medidas para controlarla, y otras medidas por el estilo. [13] Hay numerosas opciones, si verdaderamente queremos cambiar las cosas.

Luego está el tema de la agricultura propiamente dicha. La crisis alimentaria ha galvanizado las voces de la vieja Revolución Verde para pedir más de los mismos paquetes verticalistas de semillas, fertilizantes y agroquímicos. Como la razón principal de que la crisis alimentaria perjudica tanto a tanta gente es porque no puede pagar los altos precios actuales, aumentar la producción no resolverá necesariamente las cosas, en especial si eso significa aumentar los costos de producción. Las variedades de alto rendimiento de alimentos básicos por las que tanto entusiasmo tienen el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), la FAO y la mayoría de los ministerios agrícolas, requieren más fertilizantes y otros productos químicos basados en el petróleo, todos los cuales han sufrido enormes aumentos de precios que en los hechos los colocan fuera del alcance de numerosos agricultores. En todo caso, los fertilizantes químicos son una de las causas principales de los gases de efecto invernadero producido por la agricultura. Echar más en suelos ya agotados, como predican ahora muchos entusiastas de la Revolución Verde, no haría sino empujar más al mundo hacia el caos climático y profundizar la destrucción de la vida de los suelos.

En esto, nuevamente, hay una vasta gama de propuestas y experiencias sólidas para avanzar a métodos agrícolas que son productivos, no se basan en el petróleo y están bajo el control de pequeños agricultores. Existen estudios científicos que demuestran que esos métodos pueden ser más productivos que la agricultura industrial, y que son más sustentables. [14] Si cuentan con el debido apoyo, esos sistemas agrícolas locales, basados en el conocimiento indígena, enfocados en conservar suelos saludables y fértiles, y organizados en torno a una utilización amplia de la biodiversidad disponible localmente, nos muestran formas de salir de la crisis alimentaria. Para poder avanzar a partir de esos sistemas es necesario dejar de confiar en los expertos del Banco Mundial y el CGIAR y en cambio comenzar a hablar con las comunidades locales. Sería necesario no solamente crear nuevas estrategias y colaborar con distintos actores, sino también poner fin a la criminalización de la diversidad de manera que los agricultores puedan acceder, desarrollar e intercambiar semillas y experiencias libremente. Implicaría, también, que los gobiernos dejen de promover el agronegocio y los mercados de exportación, y comiencen a proteger y reverenciar las técnicas, el conocimiento y las capacidades de sus propios pueblos.

http://www.biodiversidadla.org/portada_principal/recomendamos/para_salir_de_la_crisis_alimentaria

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