IMPACTOS DE LOS TRANSGÉNICOS EN BOLIVIA
Elizabeth Peredo y Bishelly Elías
Lunes, 17 Octubre 2011
En Bolivia, a raíz de la aprobación de la Ley de Promoción Productiva, ha entrado en un renovado debate el uso de los productos transgénicos. Hay quienes nos oponemos a su uso recogiendo nuestra larga lucha contra los acuerdos de libre comercio basados en la doctrina pro capitalista de convertir todo en mercancía. Hay quienes argumentan que los mismos no son necesariamente dañinos y que podrían ofrecer alternativas para responder a la creciente demanda de alimentos y así constituirse en una alternativa a la crisis alimentaria mundial, porque sus cultivos ofrecen mayor productividad a menor costo.
Nos parece importante analizar el tema desde sus diferentes implicaciones, no solamente por los cuestionamientos que levanta la tecnología de semillas transgénicas por la alteración de los principios de la vida al manipular los códigos genéticos de una especie determinada –lo cual podría motivar un cuestionamiento incluso de carácter ético- y por tanto la duda de si esta tecnología podría afectar en sus consecuencias la salud humana, innegable impacto que no debemos ocultar. Sino también por sus consecuencias relacionadas con las prácticas agrícolas asociadas a la producción de alimentos o de especies en base a semillas transgénicas; consecuencias vinculadas con el uso de los recursos naturales, el uso de la tierra y el uso del agua, así como el uso de elementos usualmente unidos a su producción que vale la pena mencionar para contribuir a un análisis y debate proactivo.
Se ha dicho ya que el uso de productos transgénicos puede incorporar una mayor presión sobre la tierra pues al ser cultivos de mayor productividad se tiende a un uso más intensivo de la tierra y sus componentes, así como del agua y por tanto a una ampliación de la frontera agrícola. Es decir, que de hecho se ejerce una mayor presión sobre la capacidad de la tierra para la producción, siendo que ésta necesita de ciclos de descanso para seguir produciendo.
Los transgénicos incrementan en su producción el uso de agrotóxicos nocivos para la salud. Se ha documentado en varios estudios que el uso de cultivos transgénicos activa notablemente la utilización de agrotóxicos. Un informe producido por el Organic Center[1] y citado por el Grupo ETC hace poco, afirma que luego de haber estudiado 13 años de cultivos transgénicos de soya, maíz y algodón en EEUU –país de larga tradición en el uso de cultivos transgenicos- se han incrementado el uso de pesticidas en general por 143,3 mil toneladas en los primeros 13 años de uso comercial, en comparación a la cantidad de pesticida que se hubiera aplicado en ausencia de este tipo de semillas. Esto se debe -según el mismo informe- a la aparición y rápida propagación de malezas resistentes al glifosato.
La asociación “semilla transgénica – glifosato”, es una enorme preocupación ya que, de acuerdo a numerosos estudios, además de los riesgos a la salud y/o enfermedades por el contacto directo, se tienen efectos tóxicos directos sobre la fertilidad del suelo y se provoca contaminación en el agua superficial y subterráneas. En Argentina, por ejemplo, se ha demostrado la disminución de una variedad de especies anfibias así como la reducción la absorción de micronutrientes esenciales para los cultivos, la fijación de nitrógeno y la vulnerabilidad hacia enfermedades de las plantas [2] por lo que el uso de este tipo de agrotóxicos debe ser motivo de análisis.
Según Julio Prudencio, en Bolivia[3] el uso de agrotóxicos se ha incrementado en 306% en los últimos años y la forma y cantidad de aplicación es cada vez más intensiva. Esto podria implicar mayores riesgos y efectos también a la salud humana, pues se ha comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los elaborados con cultivos que no lo son[4].
Es fundamental la conciencia sobre el uso de este tipo de semillas y su relación con el uso creciente de agrotóxicos como el glifosato, así como de los posibles efectos que se pueden generar en la capacidad de la tierra para la producción y en la salud de la población. Esta información debe ser relevante para contribuir a cualquier regulación y por tanto control sobre la oferta y la demanda de alimentos y responder a las necesidades de nuestros productores.
Los cultivos transgénicos ya están en Bolivia, se dice que el 92% de la soya es transgénica (“Bolivia: Desarrollo del Sector Oleaginoso 1980-2010”) y de acuerdo a los mismos productores (ANAPO)[5] el 30% del total de la producción “es consumida en harina, aceite y torta de soya”, los representantes del sector mencionan que “Hoy en día en el país hay 48 variedades de soya transgénica cultivadas en Santa Cruz y una parte en Tarija”, por lo que pareciera inminente su expansión. Además, conociendo la realidad rural, se puede intuir que el ahorro económico y la productividad de los transgénicos solo será vista por los productores con capacidad de crédito e inversión que pueden comprar el paquete tecnológico, no necesariamente por los pequeños productores que además sufren de los efectos negativos del “contagio” ya que el área que se rocía con glifosato pierde la vegetación con el consecuente incremento futuro de la frontera agrícola.
Lo que entra en juego es por tanto no solamente la soberanía alimentaria o la calidad de las semillas, sino también las consecuencias asociadas a los cultivos transgénicos en el uso de la tierra y por el uso de agrotóxicos y por tanto el derecho a la salud, el cuidado de la biodiversidad y el cuidado de la naturaleza. En fin, entra en juego la relación con la tierra y las semillas, el origen de la vida. Hay mucho para decir en este tema y seguirá siendo motivo de argumentos y debate, pero lo más importante será, hoy y siempre, ser consecuentes con los principios a los que nos adscribimos en la defensa de la vida y la soberanía de nuestros pueblos.
* Bishely Elias es Economista Rural, Elizabeth Peredo es Psicóloga Social.
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011101209
Lunes, 17 Octubre 2011
En Bolivia, a raíz de la aprobación de la Ley de Promoción Productiva, ha entrado en un renovado debate el uso de los productos transgénicos. Hay quienes nos oponemos a su uso recogiendo nuestra larga lucha contra los acuerdos de libre comercio basados en la doctrina pro capitalista de convertir todo en mercancía. Hay quienes argumentan que los mismos no son necesariamente dañinos y que podrían ofrecer alternativas para responder a la creciente demanda de alimentos y así constituirse en una alternativa a la crisis alimentaria mundial, porque sus cultivos ofrecen mayor productividad a menor costo.
Nos parece importante analizar el tema desde sus diferentes implicaciones, no solamente por los cuestionamientos que levanta la tecnología de semillas transgénicas por la alteración de los principios de la vida al manipular los códigos genéticos de una especie determinada –lo cual podría motivar un cuestionamiento incluso de carácter ético- y por tanto la duda de si esta tecnología podría afectar en sus consecuencias la salud humana, innegable impacto que no debemos ocultar. Sino también por sus consecuencias relacionadas con las prácticas agrícolas asociadas a la producción de alimentos o de especies en base a semillas transgénicas; consecuencias vinculadas con el uso de los recursos naturales, el uso de la tierra y el uso del agua, así como el uso de elementos usualmente unidos a su producción que vale la pena mencionar para contribuir a un análisis y debate proactivo.
Se ha dicho ya que el uso de productos transgénicos puede incorporar una mayor presión sobre la tierra pues al ser cultivos de mayor productividad se tiende a un uso más intensivo de la tierra y sus componentes, así como del agua y por tanto a una ampliación de la frontera agrícola. Es decir, que de hecho se ejerce una mayor presión sobre la capacidad de la tierra para la producción, siendo que ésta necesita de ciclos de descanso para seguir produciendo.
Los transgénicos incrementan en su producción el uso de agrotóxicos nocivos para la salud. Se ha documentado en varios estudios que el uso de cultivos transgénicos activa notablemente la utilización de agrotóxicos. Un informe producido por el Organic Center[1] y citado por el Grupo ETC hace poco, afirma que luego de haber estudiado 13 años de cultivos transgénicos de soya, maíz y algodón en EEUU –país de larga tradición en el uso de cultivos transgenicos- se han incrementado el uso de pesticidas en general por 143,3 mil toneladas en los primeros 13 años de uso comercial, en comparación a la cantidad de pesticida que se hubiera aplicado en ausencia de este tipo de semillas. Esto se debe -según el mismo informe- a la aparición y rápida propagación de malezas resistentes al glifosato.
La asociación “semilla transgénica – glifosato”, es una enorme preocupación ya que, de acuerdo a numerosos estudios, además de los riesgos a la salud y/o enfermedades por el contacto directo, se tienen efectos tóxicos directos sobre la fertilidad del suelo y se provoca contaminación en el agua superficial y subterráneas. En Argentina, por ejemplo, se ha demostrado la disminución de una variedad de especies anfibias así como la reducción la absorción de micronutrientes esenciales para los cultivos, la fijación de nitrógeno y la vulnerabilidad hacia enfermedades de las plantas [2] por lo que el uso de este tipo de agrotóxicos debe ser motivo de análisis.
Según Julio Prudencio, en Bolivia[3] el uso de agrotóxicos se ha incrementado en 306% en los últimos años y la forma y cantidad de aplicación es cada vez más intensiva. Esto podria implicar mayores riesgos y efectos también a la salud humana, pues se ha comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los elaborados con cultivos que no lo son[4].
Es fundamental la conciencia sobre el uso de este tipo de semillas y su relación con el uso creciente de agrotóxicos como el glifosato, así como de los posibles efectos que se pueden generar en la capacidad de la tierra para la producción y en la salud de la población. Esta información debe ser relevante para contribuir a cualquier regulación y por tanto control sobre la oferta y la demanda de alimentos y responder a las necesidades de nuestros productores.
Los cultivos transgénicos ya están en Bolivia, se dice que el 92% de la soya es transgénica (“Bolivia: Desarrollo del Sector Oleaginoso 1980-2010”) y de acuerdo a los mismos productores (ANAPO)[5] el 30% del total de la producción “es consumida en harina, aceite y torta de soya”, los representantes del sector mencionan que “Hoy en día en el país hay 48 variedades de soya transgénica cultivadas en Santa Cruz y una parte en Tarija”, por lo que pareciera inminente su expansión. Además, conociendo la realidad rural, se puede intuir que el ahorro económico y la productividad de los transgénicos solo será vista por los productores con capacidad de crédito e inversión que pueden comprar el paquete tecnológico, no necesariamente por los pequeños productores que además sufren de los efectos negativos del “contagio” ya que el área que se rocía con glifosato pierde la vegetación con el consecuente incremento futuro de la frontera agrícola.
Lo que entra en juego es por tanto no solamente la soberanía alimentaria o la calidad de las semillas, sino también las consecuencias asociadas a los cultivos transgénicos en el uso de la tierra y por el uso de agrotóxicos y por tanto el derecho a la salud, el cuidado de la biodiversidad y el cuidado de la naturaleza. En fin, entra en juego la relación con la tierra y las semillas, el origen de la vida. Hay mucho para decir en este tema y seguirá siendo motivo de argumentos y debate, pero lo más importante será, hoy y siempre, ser consecuentes con los principios a los que nos adscribimos en la defensa de la vida y la soberanía de nuestros pueblos.
* Bishely Elias es Economista Rural, Elizabeth Peredo es Psicóloga Social.
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011101209
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