viernes, agosto 26, 2005

Biotec en Argentina

216-2-2

La “sojización” extrema de la Argentina amenaza en principio con dos catástrofes a la nación: una ambiental y otra social. No puede dejar de advertirse una tercera posible en el plano económico, si al constituirse la soja en un monocultivo, por alguna razón los principales compradores de nuestra producción -China y la UE- dejaran de hacerlo.

Estado y Economía: Algunos Aspectos Relacionados a la Biotecnología Transgénica en la Argentina y sus Efectos Sociales

Problemática Económica

El modelo de producción agropecuaria como parte del modelo económico nacional

216-2-1

El análisis del desarrollo de la producción agropecuaria hacia el modelo de monocultivo de soja transgénica forrajera en que ha devenido la producción agraria argentina, debe enmarcarse en la evolución -más apropiadamente involución- del modelo económico nacional, desde uno de capitalismo industrial autosuficiente, con escaso o nulo endeudamiento externo, soberano, centrado en el mercado interno, con alta movilidad social, con alto nivel de distribución del ingreso, pleno empleo, satisfacción casi plena de las demandas de la población y de alta inclusión social, vigente entre 1945 a 1975 -y que de alguna manera perdurara hasta 1989- y su reemplazo por un retorno al modelo colonial de exportación de commodities -anteriormente llamado modelo agroexportador: “Argentina Granero del mundo”- vigente con otras formas entre 1862 y 1943, constituido a partir de la sumisión de la nación argentina en la globalización británica luego de las derrotas nacionales de Caseros y Pavón en la segunda mitad del siglo XIX.

A diferencia de entonces que exportábamos granos y carne, hoy exportamos granos -principalmente forrajeros-, petróleo crudo, gas natural, energía eléctrica y caramelos. Para poder exportar petróleo y gas, la Argentina que a través de décadas de trabajo serio de YPF y Gas del Estado había logrado el autoabastecimiento energético, pero no era un país superavitario en energía, debió detener primero y destruir luego su desarrollo industrial, siderúrgico, ferroviario, militar y naval, mediante la política de devastación nacional llevada adelante en dos etapas: primero en la época de la dictadura militar a través de su ministro de Economía, José A. Martínez de Hoz y luego por el gobierno de Menem entre 1989 a 1999.

Esta transformación macroeconómica, que ya ha costado enormes daños a la nación y que la devolviera a su estado colonial anterior a 1945, implica la política de dejar de pensar la producción y la actividad económica nacional desde el mercado interno, de interpretar el desarrollo nacional a partir de las necesidades de su pueblo y del país, para volver a generar un desarrollo desde y hacia afuera (modelo de factoría), es decir el motor de la producción no es la satisfacción de nuestras demandas y necesidades, sino las que reporta o necesita el mercado mundial, las que nos fijan los dueños del mercado mundial. Es así que dejamos de ser una nación y hemos retornado al estado de factoría neocolonial.

De no haber sido por la rebelión popular de diciembre de 2001, la Argentina se encaminaba, por vía de esta política de sumisión al capital financiero internacional, hacia la dolarización, la entrega de territorio por deuda (en función de la vieja apetencia norteamericana sobre la Patagonia y la Antártida Argentina) junto a la represión militar y policial a los pobres y hambrientos, es decir el inicio real de la disolución física de la nación. Una vez más en nuestra historia el pueblo salvó la nación.

Es en esta perspectiva en que el monocultivo de soja transgénica debe ser abordado como un emergente de la transformación neocolonial de la Argentina y no como causa de la misma. Si bien la expansión aparentemente incontrolable del monocultivo de soja transgénica forrajera es un grave problema que está afectando nuestra economía, la misma podría ser reemplazada por otro commoditie que ocupara su mismo rol, como materia de producción ‘nacional’ únicamente para las necesidades del mercado mundial.

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